-La gente es crédula... y hay gente incrédula.
Estaba enferma desde hacía tiempo, y no sabía a qué atribuir ese malestar. Fui con dos especialistas y después de arduos exámenes clínicos y análisis de laboratorio, llegaron a la misma conclusión. Yo no tenía nada.
Pero todo me molestaba, me caía mal la comida y mi figura no me agradaba. Yo me veía como jorobada. Tampoco como ballena jorobada, no vayas a creer, pero me veía feona.
Mi vida marital no era ni remotamente lo que yo esperaba y para aclarar el punto, vivía de las greñas con mi esposo. Cada vez que intentaba tener algo con el, su mamá aparecía o le llamaba, le pedía ayuda, compañía o lo que fuera. Parecía que intentara alejarlo de mí. Todo eso me tenía más que fastidiada y no hallaba el modo ni de convivir con el ni de amigarme con ella.
Y si esto lo sumaba a mi malestar, estaba frita. Ya no hallaba la puerta.
Una amiga ofreció llevarme con una señora, doña Lupita, que dijo que vivía en una vecindad cercana al Penny Riel; eran tiempos en que cuando el tren se escuchaba, toda la gente corría dentro de los puestos de ropa americana o de tenis para salvar el pellejo porque pasaba por en medio del mercadeo, y pobre de aquel que no oyera a tiempo.
-Para entonces, a esa altura del relato yo trataba de recrear la escena, el rumbo lo conocí hace poco, cuando ya los trenes ni pasan por ahí ni tiendas hay. Solo he visto tejabanes abandonados y medio derruidos. La construcción de una gran avenida así como una vía del metro elevado (que aún no funciona) dieron paso a lo que llaman progreso. El cuento me estaba pareciendo un tanto alocado pero ella quería ser escuchada. Y ahí me tienes, sin remedio.
Entonces fuimos con la señora Lupita y tuvimos que esperar varias horas. Primero porque andaba en el mandado y una vez que estás ahí no te puedes mover porque pierdes tu lugar. Entonces se tardó dos horas en llegar. Luego, porque yo era la numero trece en la fila y no me acababa de gustar pero así tocó. Con cada persona se tardaba diferente. Unas entraban y salían en cinco minutos y otras tardaban casi una hora.
Por fin entré.
El lugar era espacioso y no había muebles. Me refiero a la sala de consulta. Solo había una mesa blanca alta y una silla de plástico en la que la mujer se sentaba. Tu debías subir a la mesa con la ayuda de un pequeño banco. El cuarto sin ventanas, un techo de lámina de asbesto sostenida con unas vigas de metal. Todo pintado de un color verde claro y el piso de mosaico rojo no muy limpio, en algunos lugares se notaba que el trapeador había arrastrado restos de comida y estaban embarrados. A nadie parecía importar la higiene del lugar. Cada tanto tiempo todo el mundo debía callarse porque el campaneo previo a la llegada del tren, así como el silbato al pasar hacía que se perdiera cualquier intento de comunicación.
Empezó a preguntar qué sentía, desde cuándo y qué era lo que yo quería. Su diagnóstico fue claro y conciso. Mi suegra me había hecho un trabajo. Me dijo que eso era fácil de arreglar pero que yo no me iba a recuperar inmediatamente. Yo estaba dispuesta a hacer lo que fuera para ya salir de eso, así que le pedí que le diera pa delante.
Me acosté boca abajo en la mesa y ella me desabrochó la ropa. Toda. Entonces agarró mi piel desde la cintura y la fue estirando para arriba, jale y jale como si fuera a desollarme. Me daba unos jalones que me dolían muchísimo y empecé a gritar pero no me salía sonido de la garganta. A ratos pensaba que me estaba imaginando todo eso. Una y otra vez estiraba y estaba enojada diciendo que se le soltaba.
-Mientras me lo contaba, yo quería guardar compostura y parecer la psicóloga que digo ser, pero en varias ocasiones no pude evitar reír aunque luego le despistaba tosiendo un poco.
Tanto estiró y estiró hasta que en una de esas, sentí que me arrancaban un pedazo aquí en la nuca y al voltear rápidamente alcancé a ver una ratota que acababa de sacarme del cuerpo. Haz de cuenta que apenas sentí eso y descansé. No me has de creer pero así fue. Luego me levanté y me vi en un espejo y ya no estaba jorobada. Era la rata esa que traía adentro. La señora me explicó que mi esposo estaba enamorado de su mamá y que ese mal nos lo había hecho para que no fuéramos felices.
-Yo le pregunté que si en verdad creía eso o me estaba cuenteando. Le dije que eso no era posible porque simplemente no tenía una herida por donde hubiera salido la rata. Insistí en la falta de veracidad y le pregunté que si era algo simbólico. Ella aseguró que no, que lo que pasaba era que yo no era creyente y que me estaba burlando. Dejé de hablar entonces pensando que si yo insistía en principio de realidad y esas cosas ella ni siquiera pagaría la consulta. Volví a mi cara de psicóloga y entonces le recomendé que hiciera un escrito con todo eso y que ella sola lo analizara. Dijo que no, que corría el riesgo de que su esposo lo leyera y por nada del mundo quería que el se enterara. Que ya se estaban entendiendo muy bien. Entonces le dije que si ya había resuelto el problema por el que vino a verme podríamos darla de alta. Estuvo de acuerdo.
miércoles, 4 de diciembre de 2019
sábado, 30 de noviembre de 2019
#unvioladorentucamino
Tenía que ir.
Cada día hay más violencias contra mujeres. Algo hay que hacer y algo más qué decir.
Son tantas violaciones y son muchas las que mueren diariamente. Es la afrenta de mujeres sobresaliendo, avanzando, que les enfada y nos violentan; ya nos cansamos de hacer como que no podemos, como que ni podemos. Como que no sabemos. El hartazgo llegó.
Una amiga se apuntó para ir juntas y a la hora exacta dijo no podía. Ni hablar, voy sola.
Yo soy de las más viejas, y no me importa. Ser joven puede ser un privilegio pero a la vez es un tema crítico. Pero si crees que por ser vieja tienes desventaja te cuento: las niñas, las medianas y las viejas somos iguales. Mujeres al fin. Con todas acaban.
El mensaje chileno es contundente. Es definitorio.
El estado opresor es un macho violador. El violador eras tú, el violador eres tú.
Todxs somos violadores. Al voltear la cara a otro lado, al hacer como que no ves, al solapar, al tolerar impunidad. Al culpar a las víctimas, al revictimizar.
Participar en el performance no me da visibilidad, ni fama ni nada. Es por las que han matado, es por las niñas, por las mujeres que dejaron hijos solos. Es por las que viven a mi alrededor y no sabes quienes saldrán bien libradas. También por las que no conozco.
Es por el dolor que provoca tanta crueldad.
Es porque alguien tiene que decirlo y gritarlo.
Puedes decir que es catarsis, puedes decir lo que quieras. Es doloroso, es amenazante.
Participar te da mucha emoción, es desbordante. Las jóvenes denuncian, sufren, temen. Las viejas y las niñas también.
El estado opresor es un macho violador.
domingo, 18 de agosto de 2019
Puras tragedias
Ayer me caí.
No fue una caída cualquiera, no.
Transitaba por la calle Colegio Civil en ese tramo donde están los mesones. Muchos puestos en las banquetas. Puedes caminar por la calle aparentemente con tranquilidad porque casi no entran vehículos.
Traía mi bolsa atravesando el cuerpo, cuidándola porque sí es una zona donde te podrían asaltar. También cargaba una bolsa plástica en la mano izquierda. Unas mugrillas había comprado.
Yo iba en línea recta, cuando intempestivamente vi casi sobre mi pie izquierdo un artefacto de esos que son para cargar cajas, un diablito.
La reacción del cuerpo que está en movimiento /supongo/ es brincar el obstáculo. Eso fue ente tropezón y salto porque la rueda también continuaba su marcha.
Eso fue un choque entre el diablito y yo. Salí despedida y azoté con rodillas y extendiendo los brazos; las palmas y el antebrazo izquierdo llevaron la peor parte.
Desde el suelo viré y le grité al tipo, que estaba pasmado:
“Chinga tu pinche madre “
No dijo nada. Me extendió la mano para levantarme. Tomé su mano pero no podía levantarme y seguí maldiciendo.
-al mismo tiempo pensaba que debía parar de maldecirlo pero no podía-
Otro hombre llegó y me tomó la otra mano y entre los dos levantaron los 77 kilos que cargo.
Ya de pie y sin haber soltado nada, los tipos se fueron. Me recargué un poquito en un puesto porque no podía moverme. Me repuse y seguí caminando. Empecé a llorar sin parar. Me dolía un raspón en el antebrazo y las rodillas, mucho.
Fui hasta el mercado Juárez y en el baño me lavé los raspones y la mujer que limpia el lugar me ayudó a serenarme. No podía parar de llorar.
R. me esperaba en un puesto de libros usados.
Más tarde me revisó un médico y me hicieron radiografías. El dolor era mucho. Me inyectaron ketorolaco y ya en casa me unté pomada de la Tía. Los golpes fueron severos.
Yo me pregunto si el tipo no me vio. Mido 1.70. No creo que no me viera. Tal vez iba muy de prisa, o iba en la baba. Lloré mucho y caí en la cuenta que hacía mucho tiempo que no lloraba por dolor, ni tanto. También lloraba de rabia.
viernes, 29 de diciembre de 2017
Leon
Mi amigo Leon desde temprana edad mostró gran capacidad para todo tipo de actividades ilícitas. En el colegio, organizaba juegos de azar donde invariablemente él ganaba. Permitía que algún niño se llevara un premio menor de vez en cuando para mantener el interés y la ilusión de los compañeros. También hacía rifas de objetos inexistentes, y hasta los profes le compraban boleto. Sus otros dos hermanos, ejemplo de rectitud legado de sus padres, se avergonzaban porque sus amigos iban a quejarse de que Leon los había despelucado.
Un día llamaron a su mamá para darle la queja y porque la directora quería indagar sobre la estabilidad económica de la familia, se preguntaban si el niño lo hacía por necesidad. La señora, como ya dije, era honesta y además muy rígida en el manejo de sus vidas, de manera que no solo no les creyó, sino que se ofendió diciendo que eran calumnias, respondió alterada a los cuestionamientos y advirtió a las autoridades del colegio que no se llevaba a sus hijos solo por estar en el mes de marzo, y en esa fecha ella no pretendía desorganizar la vida escolar y familiar. Los ingresos que recibía el colegio por tres muchachos no era despreciable, así que se ahogaron las protestas y el niño siguió aprendiendo a robar. Dulcemente.
Ya en preparatoria pertenecía a ligas mayores en esta materia. En grupos de cinco o seis entraban a grandes almacenes y se llevaban varias camisas y pantalones uno encima de otro. Puestos. Tuvieron el descaro de robarse los trajes para la graduación, con el mismo método pero agregando la presencia de las novias para poder llevarse los sacos. Las hicieron llevar abrigos en pleno verano para que no se notara la otra prenda debajo. Tanto los muchachos como ellas tenían tan buena pinta, se veían tan elegantes y sofisticados que jamás dudaban de ellos en las tiendas.
También robaban botellas de vino en el supermercado. Ahí el método era el siguiente: juntaban bolsas de la propia tienda y tomaban el carrito del super. Cerca de las cajas, llenaban sus bolsas con los productos a robar. Salían por alguna caja que no estuviera funcionando.
Así hicieron muchas fiestas, prepedas y pedas completas.
Así hicieron muchas fiestas, prepedas y pedas completas.
El no fue a cualquier universidad. Fue a la que le daba beca porque su padre era un prominente arquitecto de una empresa filial a esa universidad. Ademas debo decir que su coeficiente intelectual estaba por arriba del de muchos estudiantes, con o sin beca. Durante todo el tiempo que estuvo estudiando parecio olvidar que hacerse de cosas ajenas era placentero.
Se graduó y empezó a trabajar para ellos mismos. Así suele ser el ciclo del empresariado regiomontano, estudias y trabajas para ellos. Ganaba un buen sueldo, se casó con una muchacha muy bonita y de buena familia, como la de él. Compraron una gran casa y tuvieron dos niñas. Su vida era casi prefecta. Todo estaba bajo control. Familias bonitas, parejas estables, mujeres deslumbrantes, delgadas, enjoyadas, rubias tan artificiales como todo lo anterior.
Leon no estaba contento. Parecía que algo le faltaba siempre. Extrañaba la adrenalina de su infancia y juventud. Correr riesgos era apasionante y le hacía mucha falta.
Se hizo de un grupo de amigos que compartían esa pasión. Empezaron a robar de a poquito y terminaron en una hazaña peliculesca donde tratando de timar a un empleado banquero, debo aclarar que, como en su infancia, lo hacía también sin interés económico. El gusto por robar es cabrón y en esa ocasión no les fue muy bien.
La cosa fue más o menos así. Después de robarle a un conocido la chequera, lo que hicieron muchas veces, y fueron perfeccionando. Prepararon un cheque por una cifra con muchos ceros y engatusaron al empleado diciéndole que le daban un diez por ciento si se lo cambiaban. El empleado se puso muy picudo, literalmente y llevó un picahielo. Se vieron con él a la vuelta del banco. El amigo de Leon, Thomas, traía pistola y le dieron dos balazos. Lo creyeron muerto y lo encobijaron y encajuelaron. El chaval traía un celular y desde ahí llamó a la policía. GPS en mano, les dieron alcance.
Los policías transaron con León y con Thomas y toda la banda se desapareció. Al baleado lo llevaron al hospital y quedó detenido por todos los delitos que no les adjudicaron a los otros. Pasó varios años en la carcel.
Las niñas volvieron a saber de su papá cuando cumplieron quince años y su esposa mejor se volvió a casar. Su madre prefirió darlo por muerto. Después de esos dos quinceaños, hace ya mas de veinte, no se ha vuelto a saber de él.
lunes, 4 de septiembre de 2017
Encono
Cuando mi abuela se hizo mayor, le empezó a fallar la vista. No hubo lentes que ayudaran. Empezó a equivocarse al coser, al bordar, las servilletas le quedaban chuecas. En la cocina era un error tras otro. Al café lo endulzaba con sal, tiraba semillas que estaban secándose pensando que era basura. Usaba ingredientes echados a perder solo porque no veía nada bien.
Un día me llamó compungida. El abuelo estaba muy enojado: había encontrado gusanos en el caldo de pollo. Eran larvas de polilla, ni más ni menos.
Siempre tuvo muy buena mano para hacer de comer, entonces estaba difícil la situación. A todos nos dio asco. Ese día discutieron frente a mí, que no pude hacer nada por la abuela. Ella quería seguir en la cocina. El dijo que un día lo iba a envenenar. El abuelo determinó que ya no cocinara. Que contratarían a alguien. No sin su oposición.
Entonces llegó Sofía. Era una morenaza de casi cuarenta años y no guisaba tan mal, pero no se comparaba con el sazón de mi abuela. A veces le faltaba sal, otras olvidaba agregar comino. Pero siempre salerosa y cantadora, trajo nuevos bríos a la casa. Sobre todo para mi abuelo.
Desde que llegó la cocinera, él se había vuelto muy cuidadoso con su aspecto y exigía ropa bien planchada y hasta hizo que le trajeran un agua de colonia, la que tenía años de parecer haber olvidado. Se levantaba temprano, se bañaba y rasuraba con suma dedicación. Se rociaba su loción y el suave aroma a madera llegaba a todos los rincones. Después del baño, se vestía y se sentaba en la silla de paja en el porche de la entrada. Así daba los buenos días a Sofía. Estaba de buen humor siempre y hasta volvió a la plaza a conversar con sus viejos amigos.
Todo eso no pasó desapercibido para mi abuela, porque podía no ver los gorgojos y las piedras de los frijoles, pero vaya que tanto arreglo era para alarmarse. De nuevo me llamó muy preocupada.
¿qué iba a hacer ella tan vieja si su marido decidía tener una aventura con la mujer esa? ¡y en sus narices!
- Te estás adelantando abuela, el es un caballero y nunca te ha faltado el respeto. ¿para qué preocuparse si no ha hecho nada?
Pero el abuelo cada día se veía más entusiasmado con la cocinera, de manera que hasta las vecinas empezaron a cuchichear. Que si don Anselmo era un rabo verde, que eso ya se veía venir, que por eso el ya no quiso que la abuela cocinara. Para colmo, ellos empezaron a pelear. Después de toda una vida de armonía y hasta el momento tranquila vejez, el ya no aceptaba los mimos y chocherías. Ella se volvió reseca y pueril. Le había agarrado tanto coraje al abuelo que ya no podían estar juntos y en paz. Además, lloraba por cualquier cosa y a pesar de ser diabética consumía dulces a escondidas, un día me confesó que quería morirse.
Para poner fin a los problemas hicimos un conciliábulo y propuse yo misma dedicarme a hacerles las comidas. Que despidieran a Sofía.
El abuelo se puso como un loco. Dijo tantas cosas sobre las barbaridades que mi abuela había hecho en la cocina y de como en los últimos meses lo perseguía y celaba, como le gritaba y dijo ( no me consta ) que lo maldecía. Ella se puso a llorar quedito y yo no ofrecía ninguna alternativa sensata.
Así siguieron tres meses más en los que nada relevante pasó. Solo el encono de mi abuela era cada día mayor. Era un verano donde el calor aplastaba hasta las moscas. El aire no tenía fuerzas ni para moverse. Al terminar el mes de agosto el abuelo un mal día amaneció muerto y la abuela sin más, echó las campanas al vuelo e hizo saber a todos que una vez enterrado su esposo, ella partiría a un país remoto donde tenía una amiga.
Se fue y nunca volvió. Yo no sé que se quedó haciendo con la amiga, ni por qué enrabiarse tanto. Total, ya muerto, hasta parecía que ni lo hubiera querido. Le llamaba con frecuencia y siempre quise saber el porqué de su enojo; enfermó gravemente y varios días antes de que muriera me armé de valor y pregunté el motivo. Me dijo: ¿apoco crees que ese viejo iba a hacer lo que le diera la gana? ¿dónde hubiera quedado mi dignidad?
Un día me llamó compungida. El abuelo estaba muy enojado: había encontrado gusanos en el caldo de pollo. Eran larvas de polilla, ni más ni menos.
Siempre tuvo muy buena mano para hacer de comer, entonces estaba difícil la situación. A todos nos dio asco. Ese día discutieron frente a mí, que no pude hacer nada por la abuela. Ella quería seguir en la cocina. El dijo que un día lo iba a envenenar. El abuelo determinó que ya no cocinara. Que contratarían a alguien. No sin su oposición.
Entonces llegó Sofía. Era una morenaza de casi cuarenta años y no guisaba tan mal, pero no se comparaba con el sazón de mi abuela. A veces le faltaba sal, otras olvidaba agregar comino. Pero siempre salerosa y cantadora, trajo nuevos bríos a la casa. Sobre todo para mi abuelo.
Desde que llegó la cocinera, él se había vuelto muy cuidadoso con su aspecto y exigía ropa bien planchada y hasta hizo que le trajeran un agua de colonia, la que tenía años de parecer haber olvidado. Se levantaba temprano, se bañaba y rasuraba con suma dedicación. Se rociaba su loción y el suave aroma a madera llegaba a todos los rincones. Después del baño, se vestía y se sentaba en la silla de paja en el porche de la entrada. Así daba los buenos días a Sofía. Estaba de buen humor siempre y hasta volvió a la plaza a conversar con sus viejos amigos.
Todo eso no pasó desapercibido para mi abuela, porque podía no ver los gorgojos y las piedras de los frijoles, pero vaya que tanto arreglo era para alarmarse. De nuevo me llamó muy preocupada.
¿qué iba a hacer ella tan vieja si su marido decidía tener una aventura con la mujer esa? ¡y en sus narices!
- Te estás adelantando abuela, el es un caballero y nunca te ha faltado el respeto. ¿para qué preocuparse si no ha hecho nada?
Pero el abuelo cada día se veía más entusiasmado con la cocinera, de manera que hasta las vecinas empezaron a cuchichear. Que si don Anselmo era un rabo verde, que eso ya se veía venir, que por eso el ya no quiso que la abuela cocinara. Para colmo, ellos empezaron a pelear. Después de toda una vida de armonía y hasta el momento tranquila vejez, el ya no aceptaba los mimos y chocherías. Ella se volvió reseca y pueril. Le había agarrado tanto coraje al abuelo que ya no podían estar juntos y en paz. Además, lloraba por cualquier cosa y a pesar de ser diabética consumía dulces a escondidas, un día me confesó que quería morirse.
Para poner fin a los problemas hicimos un conciliábulo y propuse yo misma dedicarme a hacerles las comidas. Que despidieran a Sofía.
El abuelo se puso como un loco. Dijo tantas cosas sobre las barbaridades que mi abuela había hecho en la cocina y de como en los últimos meses lo perseguía y celaba, como le gritaba y dijo ( no me consta ) que lo maldecía. Ella se puso a llorar quedito y yo no ofrecía ninguna alternativa sensata.
Así siguieron tres meses más en los que nada relevante pasó. Solo el encono de mi abuela era cada día mayor. Era un verano donde el calor aplastaba hasta las moscas. El aire no tenía fuerzas ni para moverse. Al terminar el mes de agosto el abuelo un mal día amaneció muerto y la abuela sin más, echó las campanas al vuelo e hizo saber a todos que una vez enterrado su esposo, ella partiría a un país remoto donde tenía una amiga.
Se fue y nunca volvió. Yo no sé que se quedó haciendo con la amiga, ni por qué enrabiarse tanto. Total, ya muerto, hasta parecía que ni lo hubiera querido. Le llamaba con frecuencia y siempre quise saber el porqué de su enojo; enfermó gravemente y varios días antes de que muriera me armé de valor y pregunté el motivo. Me dijo: ¿apoco crees que ese viejo iba a hacer lo que le diera la gana? ¿dónde hubiera quedado mi dignidad?
viernes, 17 de febrero de 2017
aprendiendo a describir
Mientras esperaba tratando de estar tranquilo en el salón principal, escuchaba las risas de las seis mujeres que jugaban en la mesa de al lado. Una de ellas usaba ropa negra con visos de animal print. Sandalias altas con plataforma y los pies inmaculados producto de un minucioso pedicure. Las uñas de un rojo brillante hacían juego con el lápiz labial. Sus modales por demás vulgares. Tomaba las cartas que recién había repartido la otra señora, la del cabello muy corto, y al observar su juego las aventaba sobre la mesa "chingada madre, pero esto significa que Rafael sí me quiere". Cortaba un trozo de pastel y lo masticaba sin cuidado alguno. Volteaba a ver insistentemente a los señores de la mesa del fondo, quienes no dejaban pasar inadvertidas sus miradas.
¿Sabes quién está allá? Es Don quiensabequé, él estaba casado con perenganita pero en la devaluación quiensabecual se fue con un tipo que había hecho unos negocios muy grandes, y les fue muy bien. Éste señor se quedó solo, bueno, no sé si siga solo pero fíjate que esto aquello y lo otro.
La del cabello corto miraba sus cartas con interés y las acomodaba cuidadosamente. Daba sorbos a su refresco y esperaba su turno. Su apariencia y el modo de sentarse justo en la orillita de la silla daba la impresión de tener una buena jugada. De seguro les iba a ganar esa partida.
En el grupo había una señora gorda, que hablaba sin parar. El diálogo se llevaba entre la vulgar y ésta. ¿quién dices que hizo esos negocios? Porque yo conocí a un hermano de la esposa, y a él no le fue tan bien que digamos. La otra se altera: pero por eso, ella después les ayudó porque hasta donde yo supe hasta la casa tuvieron que vender. -Sì, sí vendieron la casa, la que estaba en Carrizalejo, pero de todos modos ellos tenían unos terrenos muy grandes que rentaban a unos viveros por la carretera nacional, entonces parece que allá se fueron a vivir.
Entra a la conversación otra señora, una que hace movimientos rápidos y se remolinea continuamente en su silla. Pero yo supe que la esposa, la que lo dejó, ella tenía ya sus hijos grandes, casados y que los hijos estuvieron de acuerdo. Brinca la del animal print: ¿como no iban a estar de acuerdo, si el viejo estaba bien millonario?
Cansado de la perorata, busca algún motivo que le permita no desesperar mientras llega la mujer a quien tanto trabajo le costó convencer para una cita. Pide otro café, y lo toma sin azúcar. Bastante le ha costado dejarlo, como para que en este momento un poco estresante vuelva a las andadas. El azúcar es como una mala jugada, piensa mientras pasea su mirada por el ventanal. A lo lejos se ven las magníficas montañas azules. La ciudad toda está rodeada de cerros. Unos más altos que otros y tienen en común construcciones de casas en sus laderas. Algunos, los más pequeños están poblados hasta la cúspide. Es curioso, pensó, los más pobres y los más ricos eligen vivir en las alturas. En el barrio donde estaba ese exclusivo restaurante las casas eran enormes, cargadas de cantera, los estilos tan variados pero sin protección adicional a las ventanas. La policia es la encargada de blindar el municipio que en algún momento ha sido el más rico de América Latina.
Pero volvamos a la espera. Cuando terminó el segundo café empezó a dudar que ella llegaría. No quería que se notara que se estaba impacientando. Sacó su celular y revisó los mensajes, cuando confirmó no tener ninguno se aventuró al correo. ¿ y si le habia mandado uno avisando que no iría?
Tampoco correo había recibido. Retomaría el hilo de alguna conversación ajena para entretenerse.
Pero las mujeres habían dejado de jugar y sus voces habían bajado sustancialmente. Había empezado a hablar otra y explicaba algo que mantenía a todas atentas. A ratos parecía que se pondría a llorar, tenía las manos juntas y las secaba con la servilleta o las pasaba por su propia falda. Era evidente que lo que contaba era algo que no era sencillo para ninguna. De pronto la del animal print dijo en voz alta: pues déjalo. Si anda con otra, y tú estás segura, ya, déjate de tonterías. Eres la única que todavía tiene marido, de todas, y pos ya déjalo así volvemos a estar solteritas todas.
Ese fue el punto de quiebre. La mujer soltó el llanto y se levantó para ir al baño. La siguieron otras dos y se encerraron.
Mientras las tres que se quedaron empezaron a hablar de la aventura del marido y todas coincidieron en que la última en enterarse fue ella.
Mientras, las luces del día se fueron apagando atrás de uno de los cerros. Se escondió el sol y él por fin se convenció de que no iba a llegar nunca. Pidió la cuenta, pagó y se fue.
lunes, 19 de diciembre de 2016
Amor
El gallito
Cuando iba a cumplir cuarenta, viendo la vida pasar desde la ventana, por la parte de adentro siempre, como una presa, sintiéndose como un mueble mas, apareció de quién sabe donde.
Cuarenta no eran ni muchos ni pocos, pero los suficientes para estar bastante fastidiada de todo. Él llegó en el momento preciso. Abrió la posibilidad de salir de esa nublazón, de esas tinieblas. El corazón le daba un vuelco cada vez que la llamaba, cada vez que se presentaba como no queriendo la cosa. Los pretextos no faltaban, le llevaba macizos de apio. Le llevaba lechugas fresquísimas. Manojos de betabeles.
La primera vez ella pensó: ¿qué quiere este muchacho con esa verdura? Sin embargo no le dijo nada. Lo aceptó y punto.
Pero cuando le llevó los rábanos, las cebollas y esas berenjenas tan lustrosas, le preguntó cual era la idea. Si intentaba cocinar algo con esos ingredientes, nomás no combinaba, entonces, ¿de qué se trataba?
El le dijo que no sabía qué llevarle, y esas verduras las habían cultivado con semillas del negocio de su familia. Que el venía de un pueblo del Pacífico y estaba terminando de estudiar aquí. Que lo que pasaba era que ella le gustaba mucho y quería agradarle.
¿Agradarle? El era un muchachote de veintitantos, guapo, de pocas palabras, ranchero con botas vaqueras y pantalones de mezclilla. Al principio ella ni siquiera lo había observado a detalle. Pero cuando él usó la palabra "agradarle", le miró hasta los poros de la nariz. Y vaya que el recuento de poros le gustó. Le encantó.
Lo que ella no entendía era qué quería ese nene. Para ella él era un nene. Ella tan harta de la vida. Los niños, un marido y un matrimonio que estaba muy lejos de llenar las expectativas de vida que ella tenía. Por otro lado, pensaba: ¿qué quería ella con ese nene? ¿apoco se atrevería a hacer algo con él? Ni que fuera una cualquiera, ella nunca le había faltado a su marido, ni siquiera para voltear a ver a otro. Pero, vaya que se sentía emocionada y atraída por ese muchacho. No se imaginó nunca que ella pudiera gustarle a alguien. Su esposo siempre le decía algo negativo. Que si esto, que si lo otro. y aunque sabía que era bonita, que todavía estaba de buen ver, que estaba en la flor de la vida, como decían... no pensó que podría gustarle a un muchacho tan joven. Luego pensaba: ¿y qué voy a ganar yo con ese muchacho? Nada, no voy a ganar nada...
En una palabra, no sabía qué hacer con el nene. ¿Salir a comer? ¿ir a cenar? El ya la había invitado varias veces y siempre le decía que no, que no podía. Y luego: ¿a donde ir? Ella tan casada. Nunca le había pesado tanto esa argolla en su anular izquierdo. A donde fuera, alguien la podría ver. Qué diría? Cómo explicar por qué andaba con ese muchachito? La vida no da tantas oportunidades, y nunca le había ofrecido una como ésta. ¿la dejaría pasar?
El problema eran tantas dudas.
Raúl
- ¿Dónde estuviste toda la tarde? ¿ A qué hora llegaste? No veo que hayas tendido la cama. ¿Por que andas tan encarrerada?
Raúl la observa con detenimiento y algo le nota, pero no sabe qué es. ¿te cortaste el pelo o qué? Ah, ya veo. Te pusiste esos pantalones que no me gusta que uses para andar en la calle, se te ven muy apretados. ¿ qué necesidad tienes de andar dando tentaciones por ahí?
También le ve un brillo diferente en la mirada, entre que quisiera llorar y como después de haberse reído mucho. ¿Te estuviste riendo o qué?
- Toda la tarde estuve en el parque de futbol, mientras los niños tienen su clase, ahí nos sentamos todas las mamás a platicar, pero había una resolana, yo creo que...
- Ya te he dicho que no te quiero ver platicando con esa bola de chismosas. No tienen ninguna necesidad de saber ni quienes somos, ni que comemos, ni pa donde vamos o a que horas vamos al supermercado. Por última vez te voy a pedir que dejes de hablar con esas brujas metiches.
- Yo no les platico nada de eso que dices, nos la pasamos hablando de si los niños hacen la tarea, de cómo son las maestras de la escuela, cosas así. Nadie pregunta nada. Y es nomás mientras que los niños juegan. No vengo encarrerada. La cama la había tendido pero Raulito llegó cansado y se quiso acostar un rato, por eso la volvió a destender.
- Bueno, bueno, no rezongues y ya dame de cenar porque ya es muy tarde, ya casi son las ocho y me quiero dormir temprano, ando bien cansado. Marisa va a la cocina dando ligeros saltitos, se siente acalorada después del interrogatorio de su esposo, siente que tiene gotitas de sudor sobre el labio superior, y con cuidado se pasa un secador. Todavía siente sobre su boca el suave beso que le dio el nene. Su nene.
Casi no lo puede creer. Mientras los niños estaban en el entrenamiento, Juan, el nene, llegó en su camioneta con vidrios polarizados. La invitó a dar una vuelta y literalmente, solo le dieron la vuelta al parque y se sentaron a conversar, ahí en la camioneta. El dejó prendido el radio en una estación donde tocaban música ranchera. Dijo que le gusta mucho la banda El recodo, que en su pueblo esa es la que se escucha. El cantaba trozos de una canción y ella veía como se movían sus labios mientras seguía el ritmo. Imposible que no se diera cuenta que sus ojos estaban fijos en la boca.
Sin percatarse cómo fue el acercamiento, el tomó su nuca y le dio un breve y profundo beso de manera tan imprevista que ni siquiera pudo decir que si o que no. De inmediato el corazón se agitó y ella volteó nerviosa hacia el parque, al lugar donde efectivamente estaban sentadas las mamás de los niños. Le preguntó: ¿qué tanto se ve para adentro desde allá? No se ve nada, no te preocupes. No me gustaría que vuelvas a besarme porque, por si ya se te olvidó, estoy casada. Mi esposo es muy celoso y yo no quiero tener problemas.
-¿no te gustó mi beso?
Ella siguió mirando hacia otro lado. No contestó nada. No quería que notara su estremecimiento, su descontrol. ¿Para eso ella era tan mayor que él? ¿Para que con un beso la desarmara de ese modo?
¿Que si le gustó? Le había gustado muchísimo. Pero no se lo iba a decir. En ese momento pensó que se habría vuelto loca. ¿A quien se le ocurre subirse a la camioneta de un casi desconocido, estar encerrada con el y además, besarlo? Yo estoy mal, no debo hacer esto. ¿Si me vieron las señoras? ¿Si me vio alguien y le van con el cuento a mi esposo?
Mientras hacía la cena no podía dejar de sentir los labios de él, la forma en que le abrió su boca y apenas alcanzó a sentir su lengua cuando, no sabe si se lo imaginó o ella se retiró rápidamente. Lo cierto es que él mantuvo su mano en la nuca por un momento, acariciando el nacimiento de su cabello. Ahora que lo recordaba volvía a sentir la caricia, sentía su mano, y eso la mantenía emocionada y concentrada en sus pensamientos. ¿Tenía la cara roja? creía que todos la verían diferente.
¿Le puse sal a las papas o no?
Tengo que probar la comida porque por estar pensando, ni se lo que hago. Necesito quitarme estas ideas de la cabeza, no vaya a ser que Raúl se de cuenta. Debo actuar con normalidad, creo que se me nota en la boca que me besó. Se asomó al espejo que formaba el vidrio del mueble de la cocina para verse la cara. ¿y si algo se me nota? ¿pero cómo se me va a notar?
Ya debo dejar de darle tantas vueltas al asunto.
-continuarà-
Cuando iba a cumplir cuarenta, viendo la vida pasar desde la ventana, por la parte de adentro siempre, como una presa, sintiéndose como un mueble mas, apareció de quién sabe donde.
Cuarenta no eran ni muchos ni pocos, pero los suficientes para estar bastante fastidiada de todo. Él llegó en el momento preciso. Abrió la posibilidad de salir de esa nublazón, de esas tinieblas. El corazón le daba un vuelco cada vez que la llamaba, cada vez que se presentaba como no queriendo la cosa. Los pretextos no faltaban, le llevaba macizos de apio. Le llevaba lechugas fresquísimas. Manojos de betabeles.
La primera vez ella pensó: ¿qué quiere este muchacho con esa verdura? Sin embargo no le dijo nada. Lo aceptó y punto.
Pero cuando le llevó los rábanos, las cebollas y esas berenjenas tan lustrosas, le preguntó cual era la idea. Si intentaba cocinar algo con esos ingredientes, nomás no combinaba, entonces, ¿de qué se trataba?
El le dijo que no sabía qué llevarle, y esas verduras las habían cultivado con semillas del negocio de su familia. Que el venía de un pueblo del Pacífico y estaba terminando de estudiar aquí. Que lo que pasaba era que ella le gustaba mucho y quería agradarle.
¿Agradarle? El era un muchachote de veintitantos, guapo, de pocas palabras, ranchero con botas vaqueras y pantalones de mezclilla. Al principio ella ni siquiera lo había observado a detalle. Pero cuando él usó la palabra "agradarle", le miró hasta los poros de la nariz. Y vaya que el recuento de poros le gustó. Le encantó.
Lo que ella no entendía era qué quería ese nene. Para ella él era un nene. Ella tan harta de la vida. Los niños, un marido y un matrimonio que estaba muy lejos de llenar las expectativas de vida que ella tenía. Por otro lado, pensaba: ¿qué quería ella con ese nene? ¿apoco se atrevería a hacer algo con él? Ni que fuera una cualquiera, ella nunca le había faltado a su marido, ni siquiera para voltear a ver a otro. Pero, vaya que se sentía emocionada y atraída por ese muchacho. No se imaginó nunca que ella pudiera gustarle a alguien. Su esposo siempre le decía algo negativo. Que si esto, que si lo otro. y aunque sabía que era bonita, que todavía estaba de buen ver, que estaba en la flor de la vida, como decían... no pensó que podría gustarle a un muchacho tan joven. Luego pensaba: ¿y qué voy a ganar yo con ese muchacho? Nada, no voy a ganar nada...
En una palabra, no sabía qué hacer con el nene. ¿Salir a comer? ¿ir a cenar? El ya la había invitado varias veces y siempre le decía que no, que no podía. Y luego: ¿a donde ir? Ella tan casada. Nunca le había pesado tanto esa argolla en su anular izquierdo. A donde fuera, alguien la podría ver. Qué diría? Cómo explicar por qué andaba con ese muchachito? La vida no da tantas oportunidades, y nunca le había ofrecido una como ésta. ¿la dejaría pasar?
El problema eran tantas dudas.
Raúl
- ¿Dónde estuviste toda la tarde? ¿ A qué hora llegaste? No veo que hayas tendido la cama. ¿Por que andas tan encarrerada?
Raúl la observa con detenimiento y algo le nota, pero no sabe qué es. ¿te cortaste el pelo o qué? Ah, ya veo. Te pusiste esos pantalones que no me gusta que uses para andar en la calle, se te ven muy apretados. ¿ qué necesidad tienes de andar dando tentaciones por ahí?
También le ve un brillo diferente en la mirada, entre que quisiera llorar y como después de haberse reído mucho. ¿Te estuviste riendo o qué?
- Toda la tarde estuve en el parque de futbol, mientras los niños tienen su clase, ahí nos sentamos todas las mamás a platicar, pero había una resolana, yo creo que...
- Ya te he dicho que no te quiero ver platicando con esa bola de chismosas. No tienen ninguna necesidad de saber ni quienes somos, ni que comemos, ni pa donde vamos o a que horas vamos al supermercado. Por última vez te voy a pedir que dejes de hablar con esas brujas metiches.
- Yo no les platico nada de eso que dices, nos la pasamos hablando de si los niños hacen la tarea, de cómo son las maestras de la escuela, cosas así. Nadie pregunta nada. Y es nomás mientras que los niños juegan. No vengo encarrerada. La cama la había tendido pero Raulito llegó cansado y se quiso acostar un rato, por eso la volvió a destender.
- Bueno, bueno, no rezongues y ya dame de cenar porque ya es muy tarde, ya casi son las ocho y me quiero dormir temprano, ando bien cansado. Marisa va a la cocina dando ligeros saltitos, se siente acalorada después del interrogatorio de su esposo, siente que tiene gotitas de sudor sobre el labio superior, y con cuidado se pasa un secador. Todavía siente sobre su boca el suave beso que le dio el nene. Su nene.
Casi no lo puede creer. Mientras los niños estaban en el entrenamiento, Juan, el nene, llegó en su camioneta con vidrios polarizados. La invitó a dar una vuelta y literalmente, solo le dieron la vuelta al parque y se sentaron a conversar, ahí en la camioneta. El dejó prendido el radio en una estación donde tocaban música ranchera. Dijo que le gusta mucho la banda El recodo, que en su pueblo esa es la que se escucha. El cantaba trozos de una canción y ella veía como se movían sus labios mientras seguía el ritmo. Imposible que no se diera cuenta que sus ojos estaban fijos en la boca.
Sin percatarse cómo fue el acercamiento, el tomó su nuca y le dio un breve y profundo beso de manera tan imprevista que ni siquiera pudo decir que si o que no. De inmediato el corazón se agitó y ella volteó nerviosa hacia el parque, al lugar donde efectivamente estaban sentadas las mamás de los niños. Le preguntó: ¿qué tanto se ve para adentro desde allá? No se ve nada, no te preocupes. No me gustaría que vuelvas a besarme porque, por si ya se te olvidó, estoy casada. Mi esposo es muy celoso y yo no quiero tener problemas.
-¿no te gustó mi beso?
Ella siguió mirando hacia otro lado. No contestó nada. No quería que notara su estremecimiento, su descontrol. ¿Para eso ella era tan mayor que él? ¿Para que con un beso la desarmara de ese modo?
¿Que si le gustó? Le había gustado muchísimo. Pero no se lo iba a decir. En ese momento pensó que se habría vuelto loca. ¿A quien se le ocurre subirse a la camioneta de un casi desconocido, estar encerrada con el y además, besarlo? Yo estoy mal, no debo hacer esto. ¿Si me vieron las señoras? ¿Si me vio alguien y le van con el cuento a mi esposo?
Mientras hacía la cena no podía dejar de sentir los labios de él, la forma en que le abrió su boca y apenas alcanzó a sentir su lengua cuando, no sabe si se lo imaginó o ella se retiró rápidamente. Lo cierto es que él mantuvo su mano en la nuca por un momento, acariciando el nacimiento de su cabello. Ahora que lo recordaba volvía a sentir la caricia, sentía su mano, y eso la mantenía emocionada y concentrada en sus pensamientos. ¿Tenía la cara roja? creía que todos la verían diferente.
¿Le puse sal a las papas o no?
Tengo que probar la comida porque por estar pensando, ni se lo que hago. Necesito quitarme estas ideas de la cabeza, no vaya a ser que Raúl se de cuenta. Debo actuar con normalidad, creo que se me nota en la boca que me besó. Se asomó al espejo que formaba el vidrio del mueble de la cocina para verse la cara. ¿y si algo se me nota? ¿pero cómo se me va a notar?
Ya debo dejar de darle tantas vueltas al asunto.
-continuarà-
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