jueves, 27 de mayo de 2021

Trasnochar

 El marido es cantante. Sale de gira los fines de semana que empiezan a veces el martes, si a donde viajan está lejos. Regresa el lunes y así semana a semana. Ella está sola con sus dos niñitos. Se arregla y pretende verse bien. Buena ropa, de marca. Demasiado flaca para mi gusto. El cabello no es fenomenal. Un ojo se cruza con el otro a veces, sobre todo cuando se pone nerviosa.  Nos gusta ponerla nerviosa porque a propósito, nos sentamos a la entrada del edificio mi amiga Gabriela y yo, para verla pasar. ¡Qué guapa! ¿ a dónde vas ? Voy a visitar a mi tía, es que cumple años. Pero es que... ¿quién sale de su casa a las diez de la noche, arreglada y con los dos hijos en rastra? Se va al bar. Los  duerme en el carro, un carrazo rojo del año que viene. Regresa borracha, al amanecer, con los zapatos de tacón en la mano, batallando para sacar a los bultitos dormidos y subir la escalera. A veces vuelve a casa con alguna aventura. El otro día, intempestivamente el marido tuvo que dejar la presentación, porque se enfermó del estómago. Llegó por la mañana, muy tempranito. Primero el timbre y después golpes en la puerta. Ella no abría. Empezaron los gritos: ¡Ábreme! ¡Que me abras! Me tuve que levantar con tanto escándalo. Me asomé por la ventana. De pronto ví cómo saltaba de su balcón hacia mi jardincito un muchacho guapote que llevaba una prisa loca y restos de la fiesta. El vecino oyó el trastazo y se asomó para verlo correr. Gritos y portazos. Que era un ladrón, que ella no lo había visto en toda su vida, que no se había desmaquillado porque tuvo que ir a un velorio -iba a muchos-, que la dejara dormir, que se había desvelado y..... mi vecina Gabriela y yo somos unas envidiosas. De eso no hay duda.

sábado, 8 de mayo de 2021

La mamá del odioso

 El tipo le había controlado casi todo en la vida que llevaban casados. Casi. Cincuenta años cuidando que no comiera mucho, que no saliera a la calle para nada, que no hablara por teléfono. Le medía el largo de la falda, la cantidad de agua que usaba al bañarse, las horas de sueño, el amor que debía prodigarle a él, a sus hijos, a sus padres. Ni hablar del dinero. Contabilizaba cuanto le daba, en qué lo gastaba, cuestionaba cada peso y cada centavo. Pero un día envejeció y enfermó. El tipo cayó en una silla de ruedas y no podía hablar. Llegó la hora de la venganza. Creyó que siempre iba a poder tratar de controlarla. Creyó que solo era mensurable lo que él pretendía controlar. Cuando todos dormían, ella se levantaba y le daba de sartenazos. Callada, sin gritos, sin coraje casi. Pum. Esto por todo lo que me negaste que comiera. Pum. Esto por todas las veces que quise salir con mi madre y no me dejaste. Pum. Este por los celos estúpidos que has tenido y me has acusado de tanta tontería. Pum. Este por no dejarme escuchar mi música. Por no dejarme bailar. Pum. Este por todas las veces que sin ganas tuve que hacer el amor. Pum. Este por las fiestas que tuve que armar para tu familia, a la que odio. Pum. Pum. Pum. Pum.