sábado, 10 de julio de 2021

 La esposa de Alvaro rompió el último eslabón que la unía a el, abandonando como si fuera un olvido involuntario en el lavabo del baño de la sala B de la Terminal dos del aeropuerto. 

Se fue y no quiso saber más de los rosales que sembró en las tinas de pintura que le regalaron cuando pasó el convoy de Alfredo del Mazo hace cuatro años y barruntaron de amarillo el puente peatonal que cruza el eje ocho, por donde venden el pan de Zacatlán. 

Dejó en la mesa de la cocina un guiso de nopales con mole. El mantel plástico con flores blancas y fondo rosa, quemado por las colillas de cigarros que él nunca atinaba poner en el cenicero ya la tenía harta. La estufa de petróleo inundando con ese hollín imposible de limpiar en la pared blanqueada con cal y ennegrecida una y otra vez, tampoco le gustó nunca. 

Así que sin decir palabra, hace más de un año agarró una lata vacía de leche Nido que tiró la vecina cuando al niño no le cayó bien y tuvo que volver a darle Enfamil y se propuso llenarla con puras monedas de diez pesos. El boleto que iba a comprar no era un viaje redondo. 

Si quieren búsquenlo y denle los anillos, nomás para que sepa.

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