lunes, 4 de septiembre de 2017

Encono

Cuando mi abuela se hizo mayor, le empezó a fallar la vista. No hubo lentes que ayudaran. Empezó a equivocarse al coser, al bordar, las servilletas le quedaban chuecas. En la cocina era un error tras otro. Al café lo endulzaba con sal, tiraba semillas que estaban secándose pensando que era basura. Usaba ingredientes echados a perder solo porque no veía nada bien.

Un día me llamó compungida. El abuelo estaba muy enojado:  había encontrado gusanos en el caldo de pollo. Eran larvas de polilla, ni más ni menos.

Siempre tuvo muy buena mano para hacer de comer, entonces estaba difícil la situación. A todos nos dio asco. Ese día discutieron frente a mí, que no pude hacer nada por la abuela. Ella quería seguir en la cocina. El dijo que un día lo iba a envenenar. El abuelo determinó que ya no cocinara. Que contratarían a alguien. No sin su oposición.

Entonces llegó Sofía. Era una morenaza de casi cuarenta años y no guisaba tan mal, pero no se comparaba con el sazón de mi abuela. A veces le faltaba sal, otras olvidaba agregar comino. Pero siempre salerosa y cantadora, trajo nuevos bríos a la casa. Sobre todo para mi abuelo.

Desde que llegó la cocinera, él se había vuelto muy cuidadoso con su aspecto y exigía ropa bien planchada y hasta hizo que le trajeran un agua de colonia, la que tenía años de parecer haber olvidado. Se levantaba temprano, se bañaba y rasuraba con suma dedicación. Se rociaba su loción y el suave aroma a madera llegaba a todos los rincones. Después del baño, se vestía y se sentaba en la silla de paja en el porche de la entrada. Así daba los buenos días a Sofía. Estaba de buen humor siempre y hasta volvió a la plaza a conversar con sus viejos amigos.

Todo eso no pasó desapercibido para mi abuela, porque podía no ver los gorgojos y las piedras de los frijoles, pero vaya que tanto arreglo era para alarmarse. De nuevo me llamó muy preocupada.

¿qué iba a hacer ella tan vieja si su marido decidía tener una aventura con la mujer esa? ¡y en sus narices!

- Te estás adelantando abuela, el es un caballero y nunca te ha faltado el respeto. ¿para qué preocuparse si no ha hecho nada?

Pero el abuelo cada día se veía más entusiasmado con la cocinera, de manera que hasta las vecinas empezaron a cuchichear. Que si don Anselmo era un rabo verde, que eso ya se veía venir, que por eso el ya no quiso que la abuela cocinara. Para colmo, ellos empezaron a pelear. Después de toda una vida de armonía y hasta el momento tranquila vejez, el ya no aceptaba los mimos y chocherías. Ella se volvió reseca y pueril. Le había agarrado tanto coraje al abuelo que ya no podían estar juntos y en paz. Además, lloraba por cualquier cosa y a pesar de ser diabética consumía dulces a escondidas, un día me confesó que quería morirse.

Para poner fin a los problemas hicimos un conciliábulo y propuse yo misma dedicarme a hacerles las comidas. Que despidieran a Sofía.

El abuelo se puso como un loco. Dijo tantas cosas sobre las barbaridades que mi abuela había hecho en la cocina y de como en los últimos meses lo perseguía y celaba, como le gritaba y dijo ( no me consta ) que lo maldecía. Ella se puso a llorar quedito y yo no ofrecía ninguna alternativa sensata.

Así siguieron tres meses más en los que nada relevante pasó. Solo el encono de mi abuela era cada día mayor. Era un verano donde el calor aplastaba hasta las moscas. El aire no tenía fuerzas ni para moverse. Al terminar el mes de agosto el abuelo un mal día amaneció muerto y la abuela sin más, echó las campanas al vuelo e hizo saber a todos que una vez enterrado su esposo, ella partiría a un país remoto donde tenía una amiga.

Se fue y nunca volvió. Yo no sé que se quedó haciendo con la amiga, ni por qué enrabiarse tanto. Total, ya muerto, hasta parecía que ni lo hubiera querido. Le llamaba con frecuencia y siempre quise saber el porqué de su enojo; enfermó gravemente y varios días antes de que muriera me armé de valor y pregunté el motivo. Me dijo: ¿apoco crees que ese viejo iba a hacer lo que le diera la gana? ¿dónde hubiera quedado mi dignidad?