lunes, 19 de diciembre de 2016

Amor

El gallito

Cuando iba a cumplir cuarenta, viendo la vida pasar desde la ventana, por la parte de adentro siempre, como una presa, sintiéndose como un mueble mas, apareció de quién sabe donde.

Cuarenta no eran ni muchos ni pocos, pero los suficientes para estar bastante fastidiada de todo.  Él llegó en el momento preciso. Abrió la posibilidad de salir de esa nublazón, de esas tinieblas. El corazón le daba un vuelco cada vez que la llamaba, cada vez que se presentaba como no queriendo la cosa. Los pretextos no faltaban, le llevaba macizos de apio. Le llevaba lechugas fresquísimas. Manojos de betabeles.

La primera vez ella pensó: ¿qué quiere este muchacho con esa verdura? Sin embargo no le dijo nada. Lo aceptó y punto.

Pero cuando le llevó los rábanos, las cebollas y esas berenjenas tan lustrosas, le preguntó cual era la idea. Si intentaba cocinar algo con esos ingredientes, nomás no combinaba, entonces, ¿de qué se trataba?

El le dijo que no sabía qué llevarle, y esas verduras las habían cultivado con semillas del negocio de su familia. Que el venía de un pueblo del Pacífico y estaba terminando de estudiar aquí. Que lo que pasaba era que ella le gustaba mucho y quería agradarle.

¿Agradarle? El era un muchachote de veintitantos, guapo, de pocas palabras, ranchero con botas vaqueras y pantalones de mezclilla. Al principio ella ni siquiera lo había observado a detalle. Pero cuando él usó la palabra "agradarle", le miró hasta los poros de la nariz. Y vaya que el recuento de poros le gustó. Le encantó.

Lo que ella no entendía era qué quería ese nene. Para ella él era un nene. Ella tan harta de la vida. Los niños, un marido y un matrimonio que estaba muy lejos de llenar las expectativas de vida que ella tenía. Por otro lado, pensaba: ¿qué quería ella con ese nene? ¿apoco se atrevería a hacer algo con él? Ni que fuera una cualquiera, ella nunca le había faltado a su marido, ni siquiera para voltear a ver a otro. Pero, vaya que se sentía emocionada y atraída por ese muchacho.  No se imaginó nunca que ella pudiera gustarle a alguien. Su esposo siempre le decía algo negativo. Que si esto, que si lo otro. y aunque sabía que era bonita, que todavía estaba de buen ver,  que estaba en la flor de la vida, como decían... no pensó que podría gustarle a un muchacho tan joven. Luego pensaba: ¿y qué voy a ganar yo con ese muchacho? Nada, no voy a ganar nada...

En una palabra, no sabía qué hacer con el nene. ¿Salir a comer? ¿ir a cenar? El ya la había invitado varias veces y siempre le decía que no, que no podía. Y luego: ¿a donde ir? Ella tan casada. Nunca le había pesado tanto esa argolla en su anular izquierdo. A donde fuera, alguien la podría ver. Qué diría? Cómo explicar por qué andaba con ese muchachito? La vida no da tantas oportunidades, y nunca le había ofrecido una como ésta. ¿la dejaría pasar?

El problema eran tantas dudas.





 Raúl


 - ¿Dónde estuviste toda la tarde? ¿ A qué hora llegaste? No veo que hayas tendido la cama. ¿Por que andas tan encarrerada?

Raúl la observa con detenimiento y algo le nota, pero no sabe qué es. ¿te cortaste el pelo o qué? Ah, ya veo. Te pusiste esos pantalones que no me gusta que uses para andar en la calle, se te ven muy apretados. ¿ qué necesidad tienes de andar dando tentaciones por ahí?

También le ve un brillo diferente en la mirada, entre que quisiera llorar y como después de haberse reído mucho. ¿Te estuviste riendo o qué?

- Toda la tarde estuve en el parque de futbol, mientras los niños tienen su clase, ahí nos sentamos todas las mamás a platicar, pero había una resolana, yo creo que...

- Ya te he dicho que no te quiero ver platicando con esa bola de chismosas. No tienen ninguna necesidad de saber ni quienes somos, ni que comemos, ni pa donde vamos o a que horas vamos al supermercado. Por última vez te voy a pedir que dejes de hablar con esas brujas metiches.

- Yo no les platico nada de eso que dices, nos la pasamos hablando de si los niños hacen la tarea, de cómo son las maestras de la escuela, cosas así. Nadie pregunta nada. Y es nomás mientras que los niños juegan. No vengo encarrerada. La cama la había tendido pero Raulito llegó cansado y se quiso acostar un rato, por eso la volvió a destender.

 - Bueno, bueno, no rezongues y ya dame de cenar porque ya es muy tarde, ya casi son las ocho y me quiero dormir temprano, ando bien cansado. Marisa va a la cocina dando ligeros saltitos, se siente acalorada después del interrogatorio de su esposo, siente que tiene gotitas de sudor sobre el labio superior, y con cuidado se pasa un secador. Todavía siente sobre su boca el suave beso que le dio el nene. Su nene.

 Casi no lo puede creer. Mientras los niños estaban en el entrenamiento, Juan, el nene, llegó en su camioneta con vidrios polarizados. La invitó a dar una vuelta y literalmente, solo le dieron la vuelta al parque y se sentaron a conversar, ahí en la camioneta. El dejó prendido el radio en una estación donde tocaban música ranchera. Dijo que le gusta mucho la banda El recodo, que en su pueblo esa es la que se escucha. El cantaba trozos de una canción y ella veía como se movían sus labios mientras seguía el ritmo. Imposible que no se diera cuenta que sus ojos estaban fijos en la boca.

Sin percatarse cómo fue el acercamiento, el tomó su nuca y le dio un breve y profundo beso de manera tan imprevista que ni siquiera pudo decir que si o que no. De inmediato el corazón se agitó y ella volteó nerviosa hacia el parque, al lugar donde efectivamente estaban sentadas las mamás de los niños. Le preguntó: ¿qué tanto se ve para adentro desde allá? No se ve nada, no te preocupes. No me gustaría que vuelvas a besarme porque, por si ya se te olvidó, estoy casada. Mi esposo es muy celoso y yo no quiero tener problemas.

 -¿no te gustó mi beso?

Ella siguió mirando hacia otro lado. No contestó nada.  No quería que notara su estremecimiento, su descontrol. ¿Para eso ella era tan mayor que él? ¿Para que con un beso la desarmara de ese modo?

¿Que si le gustó? Le había gustado muchísimo. Pero no se lo iba a decir. En ese momento pensó que se habría vuelto loca. ¿A quien se le ocurre subirse a la camioneta de un casi desconocido, estar encerrada con el y además, besarlo? Yo estoy mal, no debo hacer esto. ¿Si me vieron las señoras? ¿Si me vio alguien y le van con el cuento a mi esposo?

Mientras hacía la cena no podía dejar de sentir los labios de él, la forma en que le abrió su boca y apenas alcanzó a sentir su lengua cuando, no sabe si se lo imaginó o ella se retiró rápidamente. Lo cierto es que él mantuvo su mano en la nuca por un momento, acariciando el nacimiento de su cabello. Ahora que lo recordaba volvía a sentir la caricia, sentía su mano,  y eso la mantenía emocionada y concentrada en sus pensamientos. ¿Tenía la cara roja? creía que todos la verían diferente.

 ¿Le puse sal a las papas o no?

 Tengo que probar la comida porque por estar pensando, ni se lo que hago.  Necesito quitarme estas ideas de la cabeza, no vaya a ser que Raúl se de cuenta. Debo actuar con normalidad, creo que se me nota en la boca que me besó. Se asomó al espejo que formaba el vidrio del mueble de la cocina para verse la cara. ¿y si algo se me nota? ¿pero cómo se me va a notar?

Ya debo dejar de darle tantas vueltas al asunto.

 -continuarà-