miércoles, 4 de diciembre de 2019

Una rata

-La gente es crédula... y hay gente incrédula.

Estaba enferma desde hacía tiempo, y no sabía a qué atribuir ese malestar. Fui con dos especialistas y después de arduos exámenes clínicos y análisis de laboratorio, llegaron a la misma conclusión. Yo no tenía nada.

Pero todo me molestaba, me caía mal la comida y mi figura no me agradaba. Yo me veía como jorobada. Tampoco como ballena jorobada, no vayas a creer, pero me veía feona.
Mi vida marital no era ni remotamente lo que yo esperaba y para aclarar el punto, vivía de las greñas con mi esposo. Cada vez que intentaba tener algo con el, su mamá aparecía o le llamaba, le pedía ayuda, compañía o lo que fuera. Parecía que intentara alejarlo de mí.  Todo eso me tenía más que fastidiada y no hallaba el modo ni de convivir con el ni de amigarme con ella.
Y si esto lo sumaba a mi malestar, estaba frita. Ya no hallaba la puerta.
Una amiga ofreció llevarme con una señora, doña Lupita, que dijo que vivía en una vecindad cercana al Penny Riel; eran tiempos en que cuando el tren se escuchaba, toda la gente corría dentro de los puestos de ropa americana o de tenis para salvar el pellejo porque pasaba por en medio del mercadeo, y pobre de aquel que no oyera a tiempo.

-Para entonces, a esa altura del relato yo trataba de recrear la escena, el rumbo lo conocí hace poco, cuando ya los trenes ni pasan por ahí ni tiendas hay. Solo he visto tejabanes abandonados y medio derruidos. La construcción de una gran avenida así como una vía del metro elevado (que aún no funciona) dieron paso a lo que llaman progreso. El cuento me estaba pareciendo un tanto alocado pero ella quería ser escuchada. Y ahí me tienes, sin remedio.

Entonces fuimos con la señora Lupita y tuvimos que esperar varias horas. Primero porque andaba en el mandado y una vez que estás ahí no te puedes mover porque pierdes tu lugar. Entonces se tardó dos horas en llegar. Luego, porque yo era la numero trece en la fila y no me acababa de gustar pero así tocó. Con cada persona se tardaba diferente. Unas entraban y salían en cinco minutos y otras tardaban casi una hora.
Por fin entré.
El lugar era espacioso y no había muebles. Me refiero a la sala de consulta. Solo había una mesa blanca alta y una silla de plástico en la que la mujer se sentaba. Tu debías subir a la mesa con la ayuda de un pequeño banco. El cuarto sin ventanas, un techo de lámina de asbesto sostenida con unas vigas de metal. Todo pintado de un color verde claro y el piso de mosaico rojo no muy limpio, en algunos lugares se notaba que el trapeador había arrastrado restos de comida y estaban embarrados. A nadie parecía importar la higiene del lugar. Cada tanto tiempo todo el mundo debía callarse porque el campaneo previo a la llegada del tren, así como el silbato al pasar hacía que se perdiera cualquier intento de comunicación.
Empezó a preguntar qué sentía, desde cuándo y qué era lo que yo quería. Su diagnóstico fue claro y conciso. Mi suegra me había hecho un trabajo. Me dijo que eso era fácil de arreglar pero que yo no me iba a recuperar inmediatamente. Yo estaba dispuesta a hacer lo que fuera para ya salir de eso, así que le pedí que le diera pa delante.
Me acosté boca abajo en la mesa y ella me desabrochó la ropa. Toda. Entonces agarró mi piel desde la cintura y la fue estirando para arriba, jale y jale como si fuera a desollarme. Me daba unos jalones que me dolían muchísimo y empecé a gritar pero no me salía sonido de la garganta. A ratos pensaba que me estaba imaginando todo eso. Una y otra vez estiraba y estaba enojada diciendo que se le soltaba.

-Mientras me lo contaba, yo quería guardar compostura y parecer la psicóloga que digo ser, pero en varias ocasiones no pude evitar reír aunque luego le despistaba tosiendo un poco.

Tanto estiró y estiró hasta que en una de esas, sentí que me arrancaban un pedazo aquí en la nuca y al voltear rápidamente alcancé a ver una ratota que acababa de sacarme del cuerpo. Haz de cuenta que apenas sentí eso y descansé. No me has de creer pero así fue. Luego me levanté y me vi en un espejo y ya no estaba jorobada. Era la rata esa que traía adentro. La señora me explicó que mi esposo estaba enamorado de su mamá y que ese mal nos lo había hecho para que no fuéramos felices.

-Yo le pregunté que si en verdad creía eso o me estaba cuenteando. Le dije que eso no era posible porque simplemente no tenía una herida por donde hubiera salido la rata. Insistí en la falta de veracidad y le pregunté que si era algo simbólico. Ella aseguró que no, que lo que pasaba era que yo no era creyente y que me estaba burlando. Dejé de hablar entonces pensando que si yo insistía en principio de realidad y esas cosas ella ni siquiera pagaría la consulta. Volví a mi cara de psicóloga y entonces le recomendé que hiciera un escrito con todo eso y que ella sola lo analizara. Dijo que no, que corría el riesgo de que su esposo lo leyera y por nada del mundo quería que el se enterara. Que ya se estaban entendiendo muy bien. Entonces le dije que si ya había resuelto el problema por el que vino a verme podríamos darla de alta. Estuvo de acuerdo.

sábado, 30 de noviembre de 2019

#unvioladorentucamino

Tenía que ir.
Cada día hay más violencias contra mujeres. Algo hay que hacer y algo más qué decir.
Son tantas violaciones y  son muchas las que mueren diariamente. Es la afrenta de mujeres  sobresaliendo, avanzando, que les enfada y nos violentan; ya nos cansamos de hacer como que no podemos, como que ni podemos. Como que no sabemos. El hartazgo llegó. 

Una amiga se apuntó para ir juntas y a la hora exacta dijo no podía. Ni hablar, voy sola.
Yo soy de las más viejas, y no me importa. Ser joven puede ser un privilegio pero a la vez es un tema crítico. Pero si crees que por ser vieja tienes desventaja te cuento: las niñas, las medianas y las viejas somos iguales. Mujeres al fin. Con todas acaban. 

El mensaje chileno es contundente. Es definitorio. 
El estado opresor es un macho violador. El violador eras tú, el violador eres tú. 

Todxs somos violadores. Al voltear la cara a otro lado, al hacer como que no ves, al solapar, al tolerar impunidad. Al culpar a las víctimas, al revictimizar. 

Participar en el performance no me da visibilidad, ni fama ni nada. Es por las que han matado, es por las niñas, por las mujeres que dejaron hijos solos. Es por las que viven a mi alrededor y no sabes quienes saldrán bien libradas. También por las que no conozco. 
Es por el dolor que provoca tanta crueldad.
Es porque alguien tiene que decirlo y gritarlo. 
Puedes decir que es catarsis, puedes decir lo que quieras. Es doloroso, es amenazante. 

Participar te da mucha emoción, es desbordante. Las jóvenes denuncian, sufren, temen. Las viejas y las niñas también. 

El estado opresor es un macho violador. 



domingo, 18 de agosto de 2019

Puras tragedias

Ayer me caí.

No fue una caída cualquiera, no.
Transitaba por la calle Colegio Civil en ese tramo donde están los mesones. Muchos puestos en las banquetas. Puedes caminar por la calle aparentemente con tranquilidad porque casi no entran vehículos. 

Traía mi bolsa atravesando el cuerpo, cuidándola porque sí es una zona donde te podrían asaltar. También cargaba una bolsa plástica en la mano izquierda. Unas mugrillas había comprado.
Yo iba en línea recta, cuando intempestivamente vi casi sobre mi pie izquierdo un artefacto de esos que son para cargar cajas, un diablito.

La reacción del cuerpo que está en movimiento /supongo/ es brincar el obstáculo. Eso fue ente tropezón y salto porque la rueda también continuaba su marcha.
Eso fue un choque entre el diablito y yo. Salí despedida y azoté con rodillas y extendiendo los brazos;  las palmas y el antebrazo izquierdo llevaron la peor parte.

Desde el suelo viré y le grité al tipo, que estaba pasmado:
“Chinga tu pinche madre “
No dijo nada. Me extendió la mano para levantarme. Tomé su mano pero no podía levantarme y seguí maldiciendo. 
-al mismo tiempo pensaba que debía parar de maldecirlo pero no podía-
Otro hombre llegó y me tomó la otra mano y entre los dos levantaron los 77 kilos que cargo. 
Ya de pie y sin haber soltado nada, los tipos se fueron. Me recargué un poquito en un puesto porque no podía moverme. Me repuse y seguí caminando. Empecé a llorar sin parar. Me dolía un raspón en el antebrazo y las rodillas, mucho.

Fui hasta el mercado Juárez y en el baño me lavé los raspones y la mujer que limpia el lugar me ayudó a serenarme. No podía parar de llorar. 
R. me esperaba en un puesto de libros usados. 

Más tarde me revisó un médico y me hicieron radiografías. El dolor era mucho. Me inyectaron ketorolaco y ya en casa me unté pomada de la Tía. Los golpes fueron severos.

Yo me pregunto si el tipo no me vio. Mido 1.70. No creo que no me viera. Tal vez iba muy de prisa, o iba en la baba. Lloré mucho y caí en la cuenta que hacía mucho tiempo que no lloraba por dolor, ni tanto. También lloraba de rabia.