sábado, 10 de julio de 2021

 La esposa de Alvaro rompió el último eslabón que la unía a el, abandonando como si fuera un olvido involuntario en el lavabo del baño de la sala B de la Terminal dos del aeropuerto. 

Se fue y no quiso saber más de los rosales que sembró en las tinas de pintura que le regalaron cuando pasó el convoy de Alfredo del Mazo hace cuatro años y barruntaron de amarillo el puente peatonal que cruza el eje ocho, por donde venden el pan de Zacatlán. 

Dejó en la mesa de la cocina un guiso de nopales con mole. El mantel plástico con flores blancas y fondo rosa, quemado por las colillas de cigarros que él nunca atinaba poner en el cenicero ya la tenía harta. La estufa de petróleo inundando con ese hollín imposible de limpiar en la pared blanqueada con cal y ennegrecida una y otra vez, tampoco le gustó nunca. 

Así que sin decir palabra, hace más de un año agarró una lata vacía de leche Nido que tiró la vecina cuando al niño no le cayó bien y tuvo que volver a darle Enfamil y se propuso llenarla con puras monedas de diez pesos. El boleto que iba a comprar no era un viaje redondo. 

Si quieren búsquenlo y denle los anillos, nomás para que sepa.

jueves, 27 de mayo de 2021

Trasnochar

 El marido es cantante. Sale de gira los fines de semana que empiezan a veces el martes, si a donde viajan está lejos. Regresa el lunes y así semana a semana. Ella está sola con sus dos niñitos. Se arregla y pretende verse bien. Buena ropa, de marca. Demasiado flaca para mi gusto. El cabello no es fenomenal. Un ojo se cruza con el otro a veces, sobre todo cuando se pone nerviosa.  Nos gusta ponerla nerviosa porque a propósito, nos sentamos a la entrada del edificio mi amiga Gabriela y yo, para verla pasar. ¡Qué guapa! ¿ a dónde vas ? Voy a visitar a mi tía, es que cumple años. Pero es que... ¿quién sale de su casa a las diez de la noche, arreglada y con los dos hijos en rastra? Se va al bar. Los  duerme en el carro, un carrazo rojo del año que viene. Regresa borracha, al amanecer, con los zapatos de tacón en la mano, batallando para sacar a los bultitos dormidos y subir la escalera. A veces vuelve a casa con alguna aventura. El otro día, intempestivamente el marido tuvo que dejar la presentación, porque se enfermó del estómago. Llegó por la mañana, muy tempranito. Primero el timbre y después golpes en la puerta. Ella no abría. Empezaron los gritos: ¡Ábreme! ¡Que me abras! Me tuve que levantar con tanto escándalo. Me asomé por la ventana. De pronto ví cómo saltaba de su balcón hacia mi jardincito un muchacho guapote que llevaba una prisa loca y restos de la fiesta. El vecino oyó el trastazo y se asomó para verlo correr. Gritos y portazos. Que era un ladrón, que ella no lo había visto en toda su vida, que no se había desmaquillado porque tuvo que ir a un velorio -iba a muchos-, que la dejara dormir, que se había desvelado y..... mi vecina Gabriela y yo somos unas envidiosas. De eso no hay duda.

sábado, 8 de mayo de 2021

La mamá del odioso

 El tipo le había controlado casi todo en la vida que llevaban casados. Casi. Cincuenta años cuidando que no comiera mucho, que no saliera a la calle para nada, que no hablara por teléfono. Le medía el largo de la falda, la cantidad de agua que usaba al bañarse, las horas de sueño, el amor que debía prodigarle a él, a sus hijos, a sus padres. Ni hablar del dinero. Contabilizaba cuanto le daba, en qué lo gastaba, cuestionaba cada peso y cada centavo. Pero un día envejeció y enfermó. El tipo cayó en una silla de ruedas y no podía hablar. Llegó la hora de la venganza. Creyó que siempre iba a poder tratar de controlarla. Creyó que solo era mensurable lo que él pretendía controlar. Cuando todos dormían, ella se levantaba y le daba de sartenazos. Callada, sin gritos, sin coraje casi. Pum. Esto por todo lo que me negaste que comiera. Pum. Esto por todas las veces que quise salir con mi madre y no me dejaste. Pum. Este por los celos estúpidos que has tenido y me has acusado de tanta tontería. Pum. Este por no dejarme escuchar mi música. Por no dejarme bailar. Pum. Este por todas las veces que sin ganas tuve que hacer el amor. Pum. Este por las fiestas que tuve que armar para tu familia, a la que odio. Pum. Pum. Pum. Pum.

domingo, 18 de abril de 2021

De “la guerra contra el narco”

 Era un miércoles como cualquier otro pero se me ocurrió ir de compras a un mercado que solo ese día vendía en la colonia Las Quintas. 


El espacio para estacionarse es más bien pequeño y había un lugar muy cerca de la delegación de policía. 


La delegación no era gran cosa, dos o tres cuartos. Igual número de patrullas iban y venían.

Pasé por el puesto de verduras y pensé que sería lo último, para no ir cargando todo el tiempo. Vi las macetas y las naranjas. Era buen momento para comprar naranjas. 


Fui al lugar donde vendían gadgets. Me gustan los cables conectores, los audífonos multicolores y siempre es un gusto ver las novedades. Mientras esto veía de pronto se escuchó un estruendo, proveniente de la delegación. Después del estruendo, se oyeron balazos. Otros dos estruendos y más balazos. 


Estaba a menos de 100 metros de ahí. La gente en el puesto se tiró al suelo y yo hice lo mismo. No nos acostamos, solo nos redujimos. Me acuerdo que estando en cuclillas veía frente a mí unas botas vaqueras. Afuera, por un pasillo, mucha gente empezó a correr hacia el lado contrario del edificio. Yo me preguntaba cómo iba a salir si mi carro estaba justo ahí. 


Los balazos no paraban, y nosotros tampoco. Estábamos mudos todos. De pronto el dueño del lugar dijo tenemos que irnos, va a llegar el ejército. Todo mundo sabía que una vez que llegaba el ejército no permitían a nadie irse. Testigos, preguntas, investigación. Entonces les dije: mi carro está allá, como le hago?


- Pues váyase pronto señora!


Salí del puesto pensando que ya había terminado la refriega. Todos corriendo hacia un lado y yo hacia el otro, como siempre, contracorriente. Ya ni compré nada. Creo solo traía una bolsa de las tales naranjas. Al lado de mi carro una patrulla ardía y las llamas se extendieron a un árbol. Eran llamaradas muy altas. 


Llegué al carro y en cuestión de nada arranqué. Salí a una avenida y dos cuadras adelante me di cuenta que el parabrisas estaba lleno de vidrios de la explosión de la patrulla que estaba al lado. Habían usado granadas. 


Empecé a reír /nervios/ sin saber si detenerme para quitar los vidrios, en ese tiempo todo daba miedo. Qué tal que me detuviera un policía y preguntara por qué tantos vidrios, te podías sentir cómplice o te podían involucrar en ve a saber qué. Llamé a R que estaba en su trabajo y me dijo y ahora a donde vas?

-a la casa, a donde más 


No volví a pisar un mercado por un buen tiempo. El miedo no anda en burro. 


viernes, 5 de febrero de 2021

Invierno

Cuando iniciamos el confinamiento hace casi un año conocí a mi vecina, la de la casa de atrás. 

Decir que la conocí es solo eso, es un decir. 


Todos los días en la mañana echaba a andar la licuadora mientras iniciaba su perorata. Al principio no alcanzaba a escuchar lo que decía, solo oía su voz. El patio de atrás colinda con el de ella, no creo que sean ni cuatro metros de una casa a la otra. 


Tengo plantas por toda la casa, tengo dos árboles al frente, dos olivos y varias florecillas, tengo muchas macetas con cactus y suculentas, tengo plantas que he rescatado, que he robado, que he comprado, que me han regalado. 

Atrás están tres árboles, una enredadera y recientemente puse un pequeño estanque con algunas acuáticas. Hay orquídeas y una discorea. 


Tengo dos perras y dos tortugas. A unas y otras les encanta tirar excremento en el patio trasero. Limpiar y regar son motivos para ir continuamente.  Todos los días voy aunque sea media hora. 


A medida que avanzaron los meses y el silencio se apoderó de la ciudad, la voz de mi vecina empezó a hablarme de ella. Escuché a una mujer de más de sesenta años, setenta tal vez.



Su cocina tiene una ventana justo frente al fregadero y mientras lavaba platos su queja era continua. La cocina da frente a mi patio trasero.

Su perorata cobró forma. Se quejaba de varias cosas. Que el papel de las servilletas era de mala calidad, que por qué no le trajeron de cierta marca el atún, que preferiría un producto a tal otro.


Un día estalló contra su esposo. Fue porque una mujer le llamó, ella contestó y no le agradó la llamada. Lo acusó de serle infiel y el hombre, bastante mayor, solo le dijo que estaba loca.


Los fines de semana la hija iba de visita con dos o tres niños y la abuela se oía muy feliz. Los niños gritaban y ella les atendía muy afectuosa. 


Todos los días, a mediodía empezaba a esparcirse un olor que me indicaba que ya estaba preparando la comida. Pero la preparación no estaba exenta de repelidos. Que esto y que aquello, que lo otro. 


Tampoco puedo dar cuenta de todo lo que ella decía. No es que yo quisiera saber qué le molestaba ni que no. 

Pero un día empezó a hablar de un auto que quería comprar. Que le llamó tal persona y que el carro costaba tanto y era tal modelo y ese proyecto duró un buen tiempo. Reportó varias llamadas y precios, dónde se encontraba el vendedor, lo bien o mal que le contestaron. No se si lo compró o no.


 El tema del auto, así como ciertas quejas que emitió coincidiendo con mi presencia atrás, me llamaron la atención. Sobre todo un comentario que hizo una vez. Oí claramente que dijo: en treinta años, tú nunca me tuviste ninguna consideración.



Aunque no sé su nombre, ni su edad, no se donde habrá nacido ni cuántos hijos tiene, al esposo lo he visto no más de cinco veces en los cinco años que tenemos viviendo en esta casa, camina encorvado, es un tanto calvo. Lo he visto desde la ventana del segundo piso, una vez encendiendo el calentador de agua, otra vez tendiendo su ropa, un día cortando unas ramas. Nunca nos hemos encontrado ni nos hemos saludado. A pesar de todo eso, tengo claro que compartimos un espacio muy cercano. 



Ahora es invierno y las ventanas por el momento están cerradas, si acaso abrimos pequeñas rendijas solo para no terminarnos el oxígeno. Con esto quiero decir que por algún tiempo no he puesto atención, o tal vez las otras casas también tienen ventanas cerradas.

Sin embargo, la licuadora ya no suena en las mañanas, ya no hay quien haga la comida a mediodía y extraño su voz. 

Preferiría oír sus quejas y reproches al silencio que ahora nos envuelve.