Un día llamaron a su mamá para darle la queja y porque la directora quería indagar sobre la estabilidad económica de la familia, se preguntaban si el niño lo hacía por necesidad. La señora, como ya dije, era honesta y además muy rígida en el manejo de sus vidas, de manera que no solo no les creyó, sino que se ofendió diciendo que eran calumnias, respondió alterada a los cuestionamientos y advirtió a las autoridades del colegio que no se llevaba a sus hijos solo por estar en el mes de marzo, y en esa fecha ella no pretendía desorganizar la vida escolar y familiar. Los ingresos que recibía el colegio por tres muchachos no era despreciable, así que se ahogaron las protestas y el niño siguió aprendiendo a robar. Dulcemente.
Ya en preparatoria pertenecía a ligas mayores en esta materia. En grupos de cinco o seis entraban a grandes almacenes y se llevaban varias camisas y pantalones uno encima de otro. Puestos. Tuvieron el descaro de robarse los trajes para la graduación, con el mismo método pero agregando la presencia de las novias para poder llevarse los sacos. Las hicieron llevar abrigos en pleno verano para que no se notara la otra prenda debajo. Tanto los muchachos como ellas tenían tan buena pinta, se veían tan elegantes y sofisticados que jamás dudaban de ellos en las tiendas.
También robaban botellas de vino en el supermercado. Ahí el método era el siguiente: juntaban bolsas de la propia tienda y tomaban el carrito del super. Cerca de las cajas, llenaban sus bolsas con los productos a robar. Salían por alguna caja que no estuviera funcionando.
Así hicieron muchas fiestas, prepedas y pedas completas.
Así hicieron muchas fiestas, prepedas y pedas completas.
El no fue a cualquier universidad. Fue a la que le daba beca porque su padre era un prominente arquitecto de una empresa filial a esa universidad. Ademas debo decir que su coeficiente intelectual estaba por arriba del de muchos estudiantes, con o sin beca. Durante todo el tiempo que estuvo estudiando parecio olvidar que hacerse de cosas ajenas era placentero.
Se graduó y empezó a trabajar para ellos mismos. Así suele ser el ciclo del empresariado regiomontano, estudias y trabajas para ellos. Ganaba un buen sueldo, se casó con una muchacha muy bonita y de buena familia, como la de él. Compraron una gran casa y tuvieron dos niñas. Su vida era casi prefecta. Todo estaba bajo control. Familias bonitas, parejas estables, mujeres deslumbrantes, delgadas, enjoyadas, rubias tan artificiales como todo lo anterior.
Leon no estaba contento. Parecía que algo le faltaba siempre. Extrañaba la adrenalina de su infancia y juventud. Correr riesgos era apasionante y le hacía mucha falta.
Se hizo de un grupo de amigos que compartían esa pasión. Empezaron a robar de a poquito y terminaron en una hazaña peliculesca donde tratando de timar a un empleado banquero, debo aclarar que, como en su infancia, lo hacía también sin interés económico. El gusto por robar es cabrón y en esa ocasión no les fue muy bien.
La cosa fue más o menos así. Después de robarle a un conocido la chequera, lo que hicieron muchas veces, y fueron perfeccionando. Prepararon un cheque por una cifra con muchos ceros y engatusaron al empleado diciéndole que le daban un diez por ciento si se lo cambiaban. El empleado se puso muy picudo, literalmente y llevó un picahielo. Se vieron con él a la vuelta del banco. El amigo de Leon, Thomas, traía pistola y le dieron dos balazos. Lo creyeron muerto y lo encobijaron y encajuelaron. El chaval traía un celular y desde ahí llamó a la policía. GPS en mano, les dieron alcance.
Los policías transaron con León y con Thomas y toda la banda se desapareció. Al baleado lo llevaron al hospital y quedó detenido por todos los delitos que no les adjudicaron a los otros. Pasó varios años en la carcel.
Las niñas volvieron a saber de su papá cuando cumplieron quince años y su esposa mejor se volvió a casar. Su madre prefirió darlo por muerto. Después de esos dos quinceaños, hace ya mas de veinte, no se ha vuelto a saber de él.
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