martes, 24 de noviembre de 2020

¿Covid 19?

 Dice mi amiga Rosalinda que ella ha tenido varias veces COVID psicológico. 

Pues yo me empecé a sentir mal el viernes. Le eché la culpa a un pollo frito del jueves porque, créalo o no, ese pollo yo no lo como y hasta lo preparé yo misma y no sabe mal pero tiene mucha grasa. 


El viernes me dolió el estómago y aguanté porque es mi estilo. El sábado fui a comprar una pastilla para el dolor pero me dolió la garganta, mucho. Entonces, panza o garganta? 

No le quise decir a mi hija porque el viernes estuve con sus hijos. Todo es que algo te duela y no quieres pensar que pueda ser COVID. Mi amiga Ofe, que ya estuvo enferma dice que te bordan la letra escarlata. 


El domingo estaba muy mal. No podía pasar saliva sin toser y me hice té con miel y traté de engañarlo, pero no pude y decidí ir a una farmacia cercana con un consultorio, porque mi clínica de referencia tiene zona COVID. Si voy allá, me meten ahí y si no tengo ya me contagié  -pensé-.


Después de dos horas la médica me dijo que infección en garganta y que debo hacer la prueba pero hasta el miércoles o jueves porque ahora es muy pronto. Que pase una semana desde el primer síntoma. 


El consultorio no es tal. Adaptaron un cuartitito y la sala de espera nadie la usa. Son dos sillitas y afuera cuelgan los títulos de quien atiende, permisos de sector salud y fumigación. 


Todos estamos afuera buscando una sombra,  escapando del sol. Pero conversando. Tapabocas de por medio están los jóvenes del Tec (iTESM, institución de educación superior de prestigio a nivel latinoamericano) quienes vienen de otros lugares y no tienen seguro médico, están lxs detractores del sistema de salud y sin servicio médico y ahí voy yo, con servicio medico pero miedosa al contagio. 


Una mujer con presión alta, otra que busca vitaminas, un joven en mi estado, garganta hecha polvo y otra que ya tuvo COVID y salió de él hace quince días. 


Al segundo día -voy a la inyección subsecuente- encuentro al joven que está en mi condición y ambos reconocemos una mejoría pero él dice que en su caso, muy poca. Yo mejoro como 50%. Él dice que 5%. 


Total la cuestión es que no fui a mi clínica de referencia por evitar contagio y a donde vaya, el COVID va a estar presente. No sé si hacer la prueba porque ahora tengo miedo de ir y usen un cotonete contaminado. Loca perdida. 


Lo único bueno es que tengo un buen enfermero. A veces se quiere propasar porque sabe que para ser enfermero se requiere ese rasgo en el perfil. 



Así está la cosa: puede una tener COVID psicológico o puede tenerlo de a devis. (De verdad).

martes, 21 de abril de 2020

Como Paulina de la Mora, judías las dos

No sabíamos de nuestro origen. Toda la vida nos vendieron la idea del mestizaje de españoles con indígenas.
No es que alguien quiera ser de una pureza de sangre como quien quiere ser superior o tener pedigree. Más bien queríamos ser mexicas.
En 2015 el gobierno español giró un decreto. Le darían la Ciudadania a quienes pudieran comprobar que sus ancestros eran judíos expulsados por la Corona. Tenías que dar cuenta de siete generaciones atrás. Los diarios más conocidos publicaban listados de apellidos que pudieran tener ese vínculo.
El decreto tenía fecha de caducidad: 2019.
En marzo del 19 me enteré del asunto. Decidí investigar un poco en mi familia y encontré que mis raíces eran sefarditas. Nadie entonces creyó que esto era cierto pero empezamos a atar cabos.
Mi abuela paterna nació en un pueblo muy pequeño y hablaba de una manera inusual. Usaba vocablos que en la ciudad no, y tenía costumbres un tanto raras. La carne de cerdo no era común en la mesa. Hacían pan de maíz o de trigo sin levadura. La familia avecindada en ese paraje tenía un poco de ganado: ovejas, cabras y vacas. Acostumbraban matar un cabrito muy joven “de leche” para las fiestas y en atención a visitantes distinguidos. Mientras el grueso de la población mexicana es católica ellos eran muy ajenos a la iglesia aunque parecían creer en Dios. Podría hacer un listado más grande y tal vez algunas costumbres estén difundidas por todo el planeta, pero la cuestión es que en la región donde nací y vivo, estaban todas juntas.
Me dieron un certificado de verificación de mi origen. Con el papel en mano, me dirigí a un abogado español y él hizo los trámites ante la comunidad judía en España y ante el gobierno, quien a la brevedad me envió algunos requisitos a cubrir. Actas de nacimiento, defunciones y bautizos /leyó usted bien: bautizos, porque esos judíos tuvieron que convertirse a la iglesia católica ya que la Inquisición los persiguió a todos los confines/ dieron fe de mi origen.
El gobierno español me dio fecha para ir a oficializar el trámite: marzo 9 de 2020.


¿Quién diría que la pandemia me encontraría en uno de los países más golpeados de inicio?
Viajé de México a Madrid el dia 7. El 8 participé en la marcha feminista. El 9 fui a Toledo a constatar que ni un alma había ya en las calles y a buscar boletos de regreso. Salí y el día 10 estaba de nuevo en suelo mexica.
Ah! Pero con pasaporte carmesí para la comunidad europea. ¿Qué tal? Oficialmente española por ascendencia sefardita.
Ahora solo espero que no me persigan grupos neonazis o me llamen a servir al ejército israelí o a ver qué locura se les ocurre.

domingo, 12 de abril de 2020

TopoChico

El penal del Topo Chico

En diciembre de 2019 cerraron por fin la cárcel que habiendo sido construida en las afueras de la ciudad, gracias al crecimiento de la misma, con el paso de los años quedó aprisionada entre avenidas, colonias y negocios.
En los últimos años y producto de la una fallida guerra contra el narco, muchos sicarios y traficantes de diferentes bandos quedaron recluidos y se desataron conflictos que llevaron a masacres ahí dentro. Custodios, carceleros, y autoridades de todo nivel corrompidos por los cárteles solaparon bacanales a cambio de ganancias nada despreciables. Asesinatos, tráfico de drogas y alcohol, trata de personas. Explotación sexual de presas.

Quienes estaban esperando sentencia o quienes ya la purgaban fueron a dar a otros penales periféricos y con el fin de que el interior de la cárcel fuera conocido por la población se abrieron algunos sectores y en visitas guiadas te daban un tour. Menudo tour entre escombros y decadencia. Un paisaje  abandonado.

Lo visité dos veces. En la primera no logré observar detalles. Supongo que por impresionante.  En la segunda tal vez un poco pero siempre quedaron lugares oscuros y cerrados que ni vi ni veré nunca.

En la segunda visita un muchacho con cara de niño grandote, corregía constantemente a quien guiaba “no, no estaba ahí la peluquería, ahí era una cocina”. También agregaba detalles que evidentemente el otro desconocía.
Parecía que necesitaba decir que él ya conocía el sitio. Me contó que su padre estuvo preso cuando él era menor y que era un buen hombre. Se murió mientras purgaba condena. Puede ser que aplique la regla de que los muertos siempre fueron buenas gentes.

Ahora que estamos en cautiverio voluntario, en medio de la contingencia por Covid19, me pongo en lugar de quienes siguen recluidos y no me salen las cuentas.

Ni en sueños imaginamos tener un arraigo domiciliario y los delitos que cometimos como humanidad contra el planeta y contra nuestros congéneres supongo son tan graves que los días o meses que pasaremos son
proporcionales.

Tampoco asumo que haga una crítica o autocrítica con una falsa moral.

Ahora todo El Mundo convertido en celdas individuales pagando condenas.









jueves, 9 de enero de 2020

Betsabé

Muy poca gente sabe que mi bisabuela, la gran Betsabé, murió un día de nieve, hace nada menos que cincuenta años. Tu no la conociste, por eso andas en otra cosa, pero te cuento que ella era como no terrenal.
Tenía una trenza larga, larguísima. El cabello no del todo blanco sino hebras grises y negras se entrelazaban. Ahora casi lo tengo así. Se enredaba la trenza en un chongo y se veía muy bien. Las orejas le habían crecido mucho por vieja y a mí me gustaba seguir los surcos de cada una de sus arrugas: eran profundas y cruzaban su cara, su nuca y tal vez más allá adentro de la blusa. No nos dejaba ver.
Me sentaba en su flaco regazo y me canturreaba, yo veía su vestido opaco con briznitas de color, y seguía el canto melodioso.
Betsabé se fué, solo para acercarse a su hijo, mi abuelo, que murió antes que ella. Nunca se lo dijeron porque en aquellos años creían que la gente se podía morir si le daban esas noticias. Tampoco la pudieron engañar. Preguntaba por él, que si no había escrito. Hacían cartas falsas y ella, que no sabía leer, miraba la carta, pedía se la leyeran y después de escuchar se quedaba seria, pensativa. No se atrevió a cuestionar la autenticidad a pesar que sabía que así no escribía su único hijo.
Entonces ella murió cuando más frío hacía. A la casa llegó el telegrafista. Tu que vas a saber,  si hace mucho que eso dejó de usarse, si ahora todo es tan moderno.
Mamá pensó: los telegramas no traen nada bueno, entonces se sentó en una mecedora en la sala y cuidadosamente abrió el sobre.
Yo la miraba con esa curiosidad de niña y no tenía idea de lo que se estaba desarrollando. Cuando desdobló el pequeño papel color manila amarillento y lustroso, las letras se avalanzaron contra sus ojos como dagas y ella emitió un grito ahogado /raro/ /rarísimo/ y literalmente aulló.
Era un doloroso lamento que yo nunca le había escuchado.
No sabía qué estaba pasando.
De un largo aullido siguió otro y luego otros más.
Me asusté y me fui de ahí. Alguno de mis hermanos me explicó lo que pasaba.
Después todo fue tan revuelto: mamá se puso su abrigo verde con el que se veía tan bonita, gorda y triste. Se fue a ver a sus primas y a sus hermanas. A llorar todas la muerte de la abuela, de la matrona.
Mamá ocuparía su lugar.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Una rata

-La gente es crédula... y hay gente incrédula.

Estaba enferma desde hacía tiempo, y no sabía a qué atribuir ese malestar. Fui con dos especialistas y después de arduos exámenes clínicos y análisis de laboratorio, llegaron a la misma conclusión. Yo no tenía nada.

Pero todo me molestaba, me caía mal la comida y mi figura no me agradaba. Yo me veía como jorobada. Tampoco como ballena jorobada, no vayas a creer, pero me veía feona.
Mi vida marital no era ni remotamente lo que yo esperaba y para aclarar el punto, vivía de las greñas con mi esposo. Cada vez que intentaba tener algo con el, su mamá aparecía o le llamaba, le pedía ayuda, compañía o lo que fuera. Parecía que intentara alejarlo de mí.  Todo eso me tenía más que fastidiada y no hallaba el modo ni de convivir con el ni de amigarme con ella.
Y si esto lo sumaba a mi malestar, estaba frita. Ya no hallaba la puerta.
Una amiga ofreció llevarme con una señora, doña Lupita, que dijo que vivía en una vecindad cercana al Penny Riel; eran tiempos en que cuando el tren se escuchaba, toda la gente corría dentro de los puestos de ropa americana o de tenis para salvar el pellejo porque pasaba por en medio del mercadeo, y pobre de aquel que no oyera a tiempo.

-Para entonces, a esa altura del relato yo trataba de recrear la escena, el rumbo lo conocí hace poco, cuando ya los trenes ni pasan por ahí ni tiendas hay. Solo he visto tejabanes abandonados y medio derruidos. La construcción de una gran avenida así como una vía del metro elevado (que aún no funciona) dieron paso a lo que llaman progreso. El cuento me estaba pareciendo un tanto alocado pero ella quería ser escuchada. Y ahí me tienes, sin remedio.

Entonces fuimos con la señora Lupita y tuvimos que esperar varias horas. Primero porque andaba en el mandado y una vez que estás ahí no te puedes mover porque pierdes tu lugar. Entonces se tardó dos horas en llegar. Luego, porque yo era la numero trece en la fila y no me acababa de gustar pero así tocó. Con cada persona se tardaba diferente. Unas entraban y salían en cinco minutos y otras tardaban casi una hora.
Por fin entré.
El lugar era espacioso y no había muebles. Me refiero a la sala de consulta. Solo había una mesa blanca alta y una silla de plástico en la que la mujer se sentaba. Tu debías subir a la mesa con la ayuda de un pequeño banco. El cuarto sin ventanas, un techo de lámina de asbesto sostenida con unas vigas de metal. Todo pintado de un color verde claro y el piso de mosaico rojo no muy limpio, en algunos lugares se notaba que el trapeador había arrastrado restos de comida y estaban embarrados. A nadie parecía importar la higiene del lugar. Cada tanto tiempo todo el mundo debía callarse porque el campaneo previo a la llegada del tren, así como el silbato al pasar hacía que se perdiera cualquier intento de comunicación.
Empezó a preguntar qué sentía, desde cuándo y qué era lo que yo quería. Su diagnóstico fue claro y conciso. Mi suegra me había hecho un trabajo. Me dijo que eso era fácil de arreglar pero que yo no me iba a recuperar inmediatamente. Yo estaba dispuesta a hacer lo que fuera para ya salir de eso, así que le pedí que le diera pa delante.
Me acosté boca abajo en la mesa y ella me desabrochó la ropa. Toda. Entonces agarró mi piel desde la cintura y la fue estirando para arriba, jale y jale como si fuera a desollarme. Me daba unos jalones que me dolían muchísimo y empecé a gritar pero no me salía sonido de la garganta. A ratos pensaba que me estaba imaginando todo eso. Una y otra vez estiraba y estaba enojada diciendo que se le soltaba.

-Mientras me lo contaba, yo quería guardar compostura y parecer la psicóloga que digo ser, pero en varias ocasiones no pude evitar reír aunque luego le despistaba tosiendo un poco.

Tanto estiró y estiró hasta que en una de esas, sentí que me arrancaban un pedazo aquí en la nuca y al voltear rápidamente alcancé a ver una ratota que acababa de sacarme del cuerpo. Haz de cuenta que apenas sentí eso y descansé. No me has de creer pero así fue. Luego me levanté y me vi en un espejo y ya no estaba jorobada. Era la rata esa que traía adentro. La señora me explicó que mi esposo estaba enamorado de su mamá y que ese mal nos lo había hecho para que no fuéramos felices.

-Yo le pregunté que si en verdad creía eso o me estaba cuenteando. Le dije que eso no era posible porque simplemente no tenía una herida por donde hubiera salido la rata. Insistí en la falta de veracidad y le pregunté que si era algo simbólico. Ella aseguró que no, que lo que pasaba era que yo no era creyente y que me estaba burlando. Dejé de hablar entonces pensando que si yo insistía en principio de realidad y esas cosas ella ni siquiera pagaría la consulta. Volví a mi cara de psicóloga y entonces le recomendé que hiciera un escrito con todo eso y que ella sola lo analizara. Dijo que no, que corría el riesgo de que su esposo lo leyera y por nada del mundo quería que el se enterara. Que ya se estaban entendiendo muy bien. Entonces le dije que si ya había resuelto el problema por el que vino a verme podríamos darla de alta. Estuvo de acuerdo.

sábado, 30 de noviembre de 2019

#unvioladorentucamino

Tenía que ir.
Cada día hay más violencias contra mujeres. Algo hay que hacer y algo más qué decir.
Son tantas violaciones y  son muchas las que mueren diariamente. Es la afrenta de mujeres  sobresaliendo, avanzando, que les enfada y nos violentan; ya nos cansamos de hacer como que no podemos, como que ni podemos. Como que no sabemos. El hartazgo llegó. 

Una amiga se apuntó para ir juntas y a la hora exacta dijo no podía. Ni hablar, voy sola.
Yo soy de las más viejas, y no me importa. Ser joven puede ser un privilegio pero a la vez es un tema crítico. Pero si crees que por ser vieja tienes desventaja te cuento: las niñas, las medianas y las viejas somos iguales. Mujeres al fin. Con todas acaban. 

El mensaje chileno es contundente. Es definitorio. 
El estado opresor es un macho violador. El violador eras tú, el violador eres tú. 

Todxs somos violadores. Al voltear la cara a otro lado, al hacer como que no ves, al solapar, al tolerar impunidad. Al culpar a las víctimas, al revictimizar. 

Participar en el performance no me da visibilidad, ni fama ni nada. Es por las que han matado, es por las niñas, por las mujeres que dejaron hijos solos. Es por las que viven a mi alrededor y no sabes quienes saldrán bien libradas. También por las que no conozco. 
Es por el dolor que provoca tanta crueldad.
Es porque alguien tiene que decirlo y gritarlo. 
Puedes decir que es catarsis, puedes decir lo que quieras. Es doloroso, es amenazante. 

Participar te da mucha emoción, es desbordante. Las jóvenes denuncian, sufren, temen. Las viejas y las niñas también. 

El estado opresor es un macho violador. 



domingo, 18 de agosto de 2019

Puras tragedias

Ayer me caí.

No fue una caída cualquiera, no.
Transitaba por la calle Colegio Civil en ese tramo donde están los mesones. Muchos puestos en las banquetas. Puedes caminar por la calle aparentemente con tranquilidad porque casi no entran vehículos. 

Traía mi bolsa atravesando el cuerpo, cuidándola porque sí es una zona donde te podrían asaltar. También cargaba una bolsa plástica en la mano izquierda. Unas mugrillas había comprado.
Yo iba en línea recta, cuando intempestivamente vi casi sobre mi pie izquierdo un artefacto de esos que son para cargar cajas, un diablito.

La reacción del cuerpo que está en movimiento /supongo/ es brincar el obstáculo. Eso fue ente tropezón y salto porque la rueda también continuaba su marcha.
Eso fue un choque entre el diablito y yo. Salí despedida y azoté con rodillas y extendiendo los brazos;  las palmas y el antebrazo izquierdo llevaron la peor parte.

Desde el suelo viré y le grité al tipo, que estaba pasmado:
“Chinga tu pinche madre “
No dijo nada. Me extendió la mano para levantarme. Tomé su mano pero no podía levantarme y seguí maldiciendo. 
-al mismo tiempo pensaba que debía parar de maldecirlo pero no podía-
Otro hombre llegó y me tomó la otra mano y entre los dos levantaron los 77 kilos que cargo. 
Ya de pie y sin haber soltado nada, los tipos se fueron. Me recargué un poquito en un puesto porque no podía moverme. Me repuse y seguí caminando. Empecé a llorar sin parar. Me dolía un raspón en el antebrazo y las rodillas, mucho.

Fui hasta el mercado Juárez y en el baño me lavé los raspones y la mujer que limpia el lugar me ayudó a serenarme. No podía parar de llorar. 
R. me esperaba en un puesto de libros usados. 

Más tarde me revisó un médico y me hicieron radiografías. El dolor era mucho. Me inyectaron ketorolaco y ya en casa me unté pomada de la Tía. Los golpes fueron severos.

Yo me pregunto si el tipo no me vio. Mido 1.70. No creo que no me viera. Tal vez iba muy de prisa, o iba en la baba. Lloré mucho y caí en la cuenta que hacía mucho tiempo que no lloraba por dolor, ni tanto. También lloraba de rabia.