jueves, 9 de enero de 2020

Betsabé

Muy poca gente sabe que mi bisabuela, la gran Betsabé, murió un día de nieve, hace nada menos que cincuenta años. Tu no la conociste, por eso andas en otra cosa, pero te cuento que ella era como no terrenal.
Tenía una trenza larga, larguísima. El cabello no del todo blanco sino hebras grises y negras se entrelazaban. Ahora casi lo tengo así. Se enredaba la trenza en un chongo y se veía muy bien. Las orejas le habían crecido mucho por vieja y a mí me gustaba seguir los surcos de cada una de sus arrugas: eran profundas y cruzaban su cara, su nuca y tal vez más allá adentro de la blusa. No nos dejaba ver.
Me sentaba en su flaco regazo y me canturreaba, yo veía su vestido opaco con briznitas de color, y seguía el canto melodioso.
Betsabé se fué, solo para acercarse a su hijo, mi abuelo, que murió antes que ella. Nunca se lo dijeron porque en aquellos años creían que la gente se podía morir si le daban esas noticias. Tampoco la pudieron engañar. Preguntaba por él, que si no había escrito. Hacían cartas falsas y ella, que no sabía leer, miraba la carta, pedía se la leyeran y después de escuchar se quedaba seria, pensativa. No se atrevió a cuestionar la autenticidad a pesar que sabía que así no escribía su único hijo.
Entonces ella murió cuando más frío hacía. A la casa llegó el telegrafista. Tu que vas a saber,  si hace mucho que eso dejó de usarse, si ahora todo es tan moderno.
Mamá pensó: los telegramas no traen nada bueno, entonces se sentó en una mecedora en la sala y cuidadosamente abrió el sobre.
Yo la miraba con esa curiosidad de niña y no tenía idea de lo que se estaba desarrollando. Cuando desdobló el pequeño papel color manila amarillento y lustroso, las letras se avalanzaron contra sus ojos como dagas y ella emitió un grito ahogado /raro/ /rarísimo/ y literalmente aulló.
Era un doloroso lamento que yo nunca le había escuchado.
No sabía qué estaba pasando.
De un largo aullido siguió otro y luego otros más.
Me asusté y me fui de ahí. Alguno de mis hermanos me explicó lo que pasaba.
Después todo fue tan revuelto: mamá se puso su abrigo verde con el que se veía tan bonita, gorda y triste. Se fue a ver a sus primas y a sus hermanas. A llorar todas la muerte de la abuela, de la matrona.
Mamá ocuparía su lugar.

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