Ay, no hay que llorar,
que la vida es un carnaval,
es mas bello vivir cantando.
Oh, oh, oh, Ay, no hay que llorar,
que la vida es un carnaval
y las penas se van cantando.
es mas bello vivir cantando.
Oh, oh, oh, Ay, no hay que llorar,
que la vida es un carnaval
y las penas se van cantando.
Canción de Víctor
Daniel
¿Por qué lloras? Eso déjalo para
cuando me muera, decía mi madre.
Desde que murió, no paro de
llorarle.
No quiero decir que llore día y
noche, pero cuando veo su fotografía, no puedo evitar que se asomen a mis ojos
esas nubecitas que no me dejan más verla… y es que ella no está más, no la veo
y solo le lloro. Cuando me acuerdo de lo que platicábamos, de cosas que me
decía, de cuando se me murió, lloro.
Mi mamá era muy feliz. Era
rarísimo que ella llorara.
Recuerdo que cuando yo tenía diez
años, un día llegó un telegrama. Ya ni se usan. Pero los telegramas, entonces,
eran terribles presagios. De seguro traían malas noticias. No recuerdo un solo
telegrama que dijera cosas buenas. El caso es que era un día de enero frío,
tremendamente frío, mamá recibió el telegrama, lo leyó y se dejó caer en una
mecedora en la sala, y empezó a llorar con un llanto tan desgarrador que yo no
había escuchado nunca antes. Mi bisabuela, Betsabé, había muerto.
Antes mamá había sufrido la
muerte de su padre, que murió en mi casa. Como el abuelo tenía cáncer y se
agravó, decidieron que yo me fuera a la casa de mi mejor amiga. No supe cómo
fue eso entonces. Unos años atrás, habíamos perdido a una niñita, hija de mi
hermano Antonio, que a los tres años murió de leucemia. Tampoco supe como fue
porque también decidieron que yo no estuviera al tanto de La Muerte.
Por lo tanto, no podía asociar
ese llanto con ninguna otra cosa.
Ni siquiera puedo decir que ella
haya llorado así cuando murió mi papá. Claro, al padre le lloro yo, de ella no
era nada. Al principio me molestó un poco ver cómo ella –en apariencia y a fin
de cuentas, realmente- se había liberado de mi papá, por lo tanto no le dolía
como a mí, pero pronto entendí que los lazos que teníamos ella y yo con él,
eran muy diferentes. Se lo perdoné.
Y como ella no lloraba casi
nunca, eso aprendí.
Supuse que no era bueno llorar.
Que era vergonzoso. Que demostraría mi debilidad llorando. Que había que
contener las lágrimas,. Tenía que ser fuerte y NO llorar. El dolor no se debe
mostrar. Que no te vean llorando.
Lloré, en silencio y a solas.
No ha pasado mucho tiempo sin que
yo entienda que eso de contener las lágrimas ningún bien hace. Todavía no comprendo por qué mamá no lloraba, si era porque cumplía fielmente la obligada
ley de que las mujeres debemos vivir contentas y agradar a los otros siempre, o
simplemente era feliz.
Además, como ya se murió, y bien
me dijo que guardara las lágrimas para cuando ella se muriera, pues ya tengo su
permiso para sacar todo lo que había guardado, y mis emociones no las dejo para otro momento, las vivo
y las comparto.
Y si me da por llorar por alguna
otra razón, sin trivializar las lágrimas, bienvenidas sean.
Si alguien se sorprende, se
acongoja o lamenta mi llanto, entiendo que no es mi problema, sino de esa
persona.
No gozo las lágrimas, porque casi
siempre las lágrimas son porque algo duele. Pero las lágrimas me ayudan a
liberarme. Del dolor.
Las penas y el dolor no se van
cantando, se van llorando. La vida no es ningún carnaval, y aunque es más bello
vivir cantando, a veces hay que llorar.
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