sábado, 10 de diciembre de 2011

Háblaliapablo

Cuando éramos unas niñas casi, creciendo de prisa, en esos juegos adolescentes que mucha gente conoce pero casi nadie cuenta, nos aficionamos a hacer llamadas telefónicas a un grupo de jovencitos conocidos. Eran tiempos en que tener un aparato telefónico era asunto de poder económico, no todo el mundo tenía teléfono, y pensar en identificadores de números telefónicos era cosa del futuro. No puedo decir con fidelidad si nos gustaban ellos o no, si el fin de las llamadas era el ligue o no, pero lo cierto es que incluía un sinfín de situaciones divertidas y chuscas. Guardábamos nuestra identidad, construyéndonos una diferente. ¿Cómo unas niñitas tan bien educaditas iban a llamar constantemente, preguntando, conociendo, según nosotras, jamás provocadoramente, sino desde la inocencia, acerca de lo que a los muchachos les gustaba, acerca de lo que hacían, aquello que preferían? Estábamos tratando de descifrar el mundo masculino, antes de entrar en él. Estábamos tratando de confirmar nuestras identidades femeninas antes de que alguien nos dijera si eso era apropiado o no. Estábamos jugando. Conociendo, aprendiendo, exprimentando, buscando. Creciendo. Como alguien se llama Nora, pero se cambió el nombre a Dinora, una vez uno de los chicos le preguntó a L.: ¿Tú conoces a Paty? Y ella le contestó: pues yo no, pero Nora sí. Uf, queriendo guardar en secreto los nombres reales, salían a relucir siempre. Otra vez, alguien que en realidad se llama Lidia, le dice con mucha seguridad: habla Li... Al darse cuenta de su error, trató de componerle, le dijo: háblaliapablo... En cierto momento, nos sentimos descubiertas. Pasaba por las calles de la colonia un afilador de cuchillos, con un silbato particular. Decíamos que vivíamos en cierto lugar, mintiendo, y al escuchar el silbato, uno de ellos dijo, ah... Ya sé quien eres, vives aquí, y le demostró la cercanía por el sonido escuchado. Yo no estoy segura de si ellos supieron o no quiénes éramos, ni sé lo que pensaban de nosotras, pero sé que también esperaban las llamadas, porque anunciábamos con certeza: te llamo mañana a las cinco. A las cinco ahí estaban listos para recibir la llamada. Ellos insistían en vernos, en tratar de conocernos, no recuerdo que nunca dijeran una grosería, una palabra usada en doble sentido o algún atrevimiento. Aunque tal vez su pensamiento les traicionara, como dice Agustín Lara, eso no es lo relevante. Lo relevante es que de todos modos les aventajábamos: atrevidas, les llamábamos; valientes, nos aventurábamos en sus mundos; seguras, preguntábamos y construíamos un mundo ficticio para que no invadieran nuestra privacidad, mientras invadíamos la de ellos. Con el paso de los años, descubrimos nuestros secretos, nos divertimos de nuestras hazañas, gozamos de nuestra ingenuidad y aventuras. Fuimos felices y seguimos compartiendo secretos, aventuras y la vida.

No hay comentarios: