lunes, 14 de febrero de 2011

Locos todos

Invierno, 1976
Siendo estudiante de la Facultad de Psicología, y como una de las prácticas afirmatorias para el estudiantado, nos llevaron a visitar la Casa de Salud Mental en la colonia Buenos Aires.
Esa visita fue definitoria para mí: no me dedicaría a la psicopatología.
Todo fue llegar, y se inició el viaje hacia la sordidez, el desamparo, el abandono. Las condiciones en que se “atendía” a los locos (esquizofrénicos, psicóticos y demás nomenclados) era deplorable. Nos dieron instrucciones claras: no hablar con ellos ni darles nada, nos advirtieron que nos pedirían cigarros o dulces. Fueron contundentes: dijeron que no les diéramos nada.
El edificio tenía varias salas, que estaban casi todas vacías. Estas salas carecían de mobiliario convencional, frías losas de cemento eran consideradas sillas, mesas, camas. Solamente construyeron lo indispensable, ahí no existieron los sofás, los buroes, las mesitas, las repisas ni guardarropas. Nos llevaron a un comedor amueblado con mesas y bancas de cemento, revestido con azulejos amarillos. Me pregunté: ¿será el amarillo reconfortante para los locos?, pensando en que el confinamiento pudiera resultarles reconfortante. Había jardines pequeños donde supuse que alguna enfermera con su prístino uniforme les llevaría a tomar un poco de sol, como en las películas. Por alguna sala deambulaban varias personas, sumidas en un mutismo y letargo visible.
La culminación de la visita fue cuando nos llevaron al lugar donde tenían a los locos peligrosos, aquellos que presentaban síntomas más severos: agresividad, ansiedad extrema, catatónicos, según el diagnóstico con pérdida total de contacto con la realidad.
Aquello era una cárcel. Yo ya conocía la cárcel para ese tiempo así que no tuve ningún problema para asociar un sitio con el otro.
Los enfermos estaban confinados en celdas de dos metros por uno y medio aproximadamente, con una litera de cemento y algunas cobijas. El lugar estaba cerrado por una puerta con barrotes de hierro y las personas ahí encerradas estaban en condiciones de total abandono: un hedor salía del lugar ya que llevaban meses sin bañarse, tenían los cabellos apelmazados o rapados, había excrementos y orina en las celdas. Algunos pacientes estaban acostados en las literas o en el suelo, desnudos o semidesnudos, con la poca ropa sucia y en jirones.
Al escuchar que llegamos se aprestaron a levantarse para vernos y pedirnos lo que trajéramos, con insistencia pedían cigarros. Uno de ellos gritaba ¡No estoy loco, sáquenme de aquí!, otros lanzaban piropos y se masturbaban abiertamente. Muchos de ellos estaban sumidos en un profundo letargo provocado por medicamentos que les administraban. Sin discriminación por sexo: hombres y mujeres encerrados por estar locos.
El cuadro de la humanidad en decadencia. Las personas a cargo de los enfermos no eran esas enfermeras con prístino y albeante uniforme que había visto en las películas, amables y pacientes con sus pacientes, sino personas rudas y malencaradas que actuaban ante los enfermos como domadores de bestias, como quien se dedica a alimentar animales en el zoológico, como quien no trata con humanos.
La psiquiatría tradicional que se practicaba en esos años invariablemente recomendaba el confinamiento para quienes se alejaran del parámetro establecido como normalidad, y aparentemente para muchas personas que hoy se alejan de esos parámetros, la historia no es muy distinta. Actualmente la medicina ha evolucionado y en ese lugar ya no se recluye indiscriminadamente, sin embargo, la locura sigue siendo castigada, se considera como un atentado contra la sociedad, la familia, la estabilidad de los otros. La locura, los trastornos mentales, ser diferente, padecer de una enfermedad sigue siendo un problema social, sigue siendo motivo de segregación, de reclusión, de confinamientos con fines “terapéuticos”.
Y andémonos con cuidado, porque uno de los instrumentos preferidos para diagnosticarla, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM V) el cual proviene de la Asociación Psiquiátrica de los Estados Unidos, ya está en prensa, y representa el rasero con que se determina si estas cuerdo o loco, la mayor parte de los psiquiatras, médicos generales y hasta algún psicólogo despistado lo emplean para hacer sus “diagnósticos” y como un día dijo mi amigo Luis: cuando notamos que mi hermano quería tomar leche en plato nos empezamos a preocupar. ¿Estará loco este?


Invierno, 2011.

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