sábado, 21 de enero de 2012

El asunto es que el día de hoy fuimos al mercado campesino. había unos chivitos vivos


Pero también había unos chivitos muertos,  los venden para que te los comas...

viernes, 20 de enero de 2012

La niña

Ayer escuché una grabación que incide en tus sentimientos de una manera... ¿le llamaré cruel? mejor no le pongo adjetivo, y paso a a describirla:
La voz dice: estás en un cine antiguo y eres la única persona que acude. Empiezan a pasar la película en blanco y negro y desde una toma aérea se ve una ciudad, luego empieza a enfocar y poco a poco ves el barrio donde vivías de niña/o, luego observas que tú vas en la cinta... eres la protagonista!  se aclara la imagen y ves tu casa donde pasaste tu infancia.... llegas a tu casa... la puerta está abierta y entras, ves las cosas que tenías cuando niña/o, observas el barrio como era antes...estás viendo la casa, cuando escuchas un llanto y buscas su origen...llegas a una recámara y encuentras una niña llorando desconsolada, de rodillas en el suelo.... ¡eres tú!
Me parece que ahí es donde te tuercen la muñeca... te ves a tí misma siendo niña y llorando!!!
lo que sigue en la grabación es una búsqueda de perdón para quienes "te han hecho daño". Se refieren a las personas que suponen están más cerca de tu sentir y tú decides perdonarles.

¿cómo ves?


Las otras

“¡Ay pequeña mía! perdiste tonta el frágil papalote, se te olvidaron pronto sus colores igual que la sonrisa y el cariño, tu cariño.”
Amaury Pérez, Debe ser triste

 Mucho se ha hablado sobre las mujeres involucradas en la vida del narco. Incluso se han escrito muchos libros, como la magnífica obra de Pérez Reverte, que dio paso a película y telenovela, así como al famoso corrido de Los Tigres del Norte, hay amplia documentación sobre las bellas y enjoyadas mujeres de narcotraficantes mexicanos, colombianos, italianos, norteamericanos, nos cuentan sus vidas, operaciones estéticas, preferencias, lujos y sinsabores. Pero la vida de Lupita no es muy atractiva para documentarse. Con solo treinta y dos años, tres hijos y un marido-halcón en el penal del Topo Chico, su vida ha dado un vuelco de muchos grados. Morena, esbelta, ojos grandes y expresivos. Bonita, alegre y bullanguera, mientras su semana era la de un ama de casa tradicional, hacer aseo, mandar a los hijos a la escuela, Lupita pasaba los fines de semana sentada frente a 10 o 12 tablas de lotería en un mercado sobre ruedas, divertimento que iniciaba a las 10 de la mañana y terminaba a las 5 o 6 de la tarde. Con sus dos niñas, que la acompañaban a jugar, la pretensión era ganar dinero. O jugar para ganar cosas para la casa, abarrotes o aparatos para el hogar. Ahí sentadas almorzaban y comían, una de las niñas va y compra algo de comida para poder continuar jugando sin parar. Las jugadas gratis son lo más atractivo para ellas. Así transcurría su vida detrás de un velo de aburrimiento y tristeza, con un marido “trabajando” en un taller propiedad de su padre, sin ganar mucho ni poco, pero con un aire de un poder superior ante el resto de la familia, su palabra pesa, su actitud, nefasta. No las trata ni bien ni mal, simplemente ordena. De un tiempo a la fecha, se le nota nervioso y poco concentrado en cualquier cosa. Ah, qué Rigoberto, él, su papá y un buen amigo, con solamente 40 sobres de papel manila con tres mil pesos cada uno, la peor ocurrencia fue seguir a un comando del ejército por varias colonias. Como dice el refrán, sin tocar baranda fueron a dar al penal. Y la vida de Lupita cambió totalmente. Ya no juega lotería. En medio año ha adelgazado un kilo por mes y a ratos su mirada se posa en la nada. Visita a su esposo cada tercer día. Preparan alimentos en la casa de su suegra, porque a ellos no les gusta lo que ahí les dan de comer, les llevan comida diariamente. Un día va Lupe, otro su suegra. Se levanta a las 5 de la mañana, hace dos horas de camino, dos horas de fila para entrar al penal, donde entrega la comida para su revisión y habla con él 5 minutos en una sala con enrejados, se despide y regresa a su casa. Un día sí y otro no. El domingo se levanta más temprano, porque hacen visita familiar. Su hijo varón ya carga con un Nextel, que no lleva a las visitas dominicales. Ha tenido solo tres visitas conyugales, porque dice que no es fácil programarlas, además se queja de que solamente les dan dos horas para estar juntos, dice que la citan alrededor de las doce, pero en realidad entra a las 12:30, dice que lleva dos sábanas para ocultarse bajo ellas, porque sospecha que hay cámaras grabándoles, todo esto lo platica abiertamente, lo que no hacía antes, como si ahora su vida sexual fuera del interés familiar. Se ha teñido el cabello de un color rojizo, usa faldas para las visitas al penal, compradas en algún mercado donde antes jugaba, tiene que ir en chanclas y dice que es vergonzoso cómo la revisan antes de entrar. Lupita parece disfrutar ser ahora foco de atención, cuenta que ha recibido llamadas y mensajes de texto en su celular haciéndole proposiciones, que cuando se lo contó a Rigoberto él se echó a llorar. Se da cierta importancia con su nueva forma de vida. Hasta recibe un sueldo, no dice quién se lo da, pero es lo suficiente para dar de comer a sus hijos, comprar material para unos cuadros que está haciendo su esposo en el penal, pagar los servicios de la casa, y dice que “se administra muy bien”. Como se ve, no todas las mujeres que han sido afectadas por actividades relacionadas con el narco son glamorosas, ricas u operadas, eso ni duda cabe, ahora hay ejércitos de mujeres afuera de los penales, -y también adentro-, preocupadas por su futuro y el de sus hijos e hijas. La condición vulnerable de miles de mujeres involucradas sin proponérselo en actividades ilícitas es hoy una gran preocupación social. Con poca o nula educación, sin capacitación laboral, difícilmente se pueden distanciar de esa vida estéril. Atareadas llevando y trayendo papeles con los abogados, lidiando con deudas y quehaceres que sus maridos o hijos dejaron pendientes cuando tenían libertad. Aunque ellas no hayan tenido vela en ese entierro, también son privadas de libertad, y la única que tenía Lupita era la de jugar lotería los fines de semana.