domingo, 12 de junio de 2011

Duelos y luto

A dos años de consignar en un texto una de las primeras experiencias con granadas y balas de alto calibre ocurridas aquí en Monterrey, hoy, a diferencia de hace dos años, puedo decir que reconozco con facilidad el sonido de la explosión de una granada, identifico el ruido de balas de diferentes calibres, identifico plenamente cuando es un comando armado de civiles y cuando es uno de gendarmes.
A dos años de esa experiencia puedo contar con detalle lo que le ha pasado a amistades, vecinos o parientes en materia de inseguridad pública, además de las no pocas experiencias personales. No dejaré de hacerlo aunque múltiples voces insistan en la inutilidad de contarlo. ¿Cómo se escribe la historia? La historia no oficial es la que vamos consignando día a día quienes, preocupados y dolidos por la situación que vivimos, nos atrevemos a blandir nuestras plumas contra el ocultamiento de lo que va sucediendo.
Hoy contaré lo que le ha ocurrido a Apolinar. Él no es poeta, ni es doctor. Es un profesor nacido en la zona rural de Nuevo León, que con grandes dificultades ha estudiado y vive en uno de los municipios de la zona metropolitana.
Apolinar tiene familia regada por el noreste, y hace apenas dos meses le mataron a su hermano y a su sobrino. El hermano era cuidador de un rancho en Gómez Palacio, y su hijo le había llevado de almorzar cuando aparecieron los malandros molestos porque el dueño del rancho no quiso pagar cuota. Sin miramiento alguno mataron a los dos.
Apolinar no lo podía creer. Si su hermano era muy pobre, si tenía familia chiquita, si apenas ganaba para poder mandar a la preparatoria a su hijo mayor que ese día había salido temprano de la escuela y su mamá lo mandó a llevar el almuerzo a su papá. Ahí quedaron los dos. Sin ninguna explicación, sin ninguna excusa ni acompañamiento doloroso.
El martes de la semana pasada, Adán, otro sobrino de Apolinar, fue masacrado junto a dos compañeros de trabajo y su hijo. Los mataron porque les daban servicio a los del bando contrario en un lavado de autos, en Terán, Nuevo León. De la misma manera, la dificultad para entender lo que ocurre se finca en la pobreza de los muertos, en la juventud, en la injusticia e impunidad.
Hoy no hay tiempo para el duelo. Releyendo El Luto Humano, de Revueltas, encuentras la complejidad de sentimientos atados a la muerte, la muerte más muerte, la rivalidad y el dolor, y una gama muy amplia de circunstancias alrededor de la muerte. Hace casi sesenta años, dice Revueltas que los muertos entierran a sus muertos. Hoy no es distinto.
Hoy, los deudos hasta tienen que pagar tres mil pesos para que hagan un estudio de ADN para que les entreguen los cuerpos, porque no se sabe si la cabeza corresponde con qué otro trozo de cuerpo. La saña con que se manejan hoy los bandos contrarios, es inaudita. Propia de bárbaros. Hoy, tal vez te toque ver colgar gente viva frente a tus asombrados ojos y ser testigo de ejecuciones públicas. ¿Cómo reaccionar ante la dimensión inconcebible de torturas públicas y crueldad inconmensurable?
Si los efectos psicológicos que esta guerra está provocando en quienes la padecemos aun no se contablilizan, ni se han descrito, la evidencia de postergar el duelo por las muertes es palpable. La evidencia de contener la rabia, el dolor, el miedo, aunque ha sido descrita como producto de otros eventos bélicos, aún no se conocen los estragos que pueda provocar en nuestro entorno.
No han terminado de enterrar a un muerto cuando ya tienen que enterrar a otro, que por cierto tienen que hacerlo sin rechistar, a la carrera en muchas ocasiones, porque ahora todo se mueve al ritmo que marquen los que dominan el país. Supe de una señora que falleció de muerte natural y la fueron a enterrar a Los Ramones. Los que mandan dijeron que nada de ceremonias en el panteón. Esperaban el arribo de un muerto de su agrupación y despidieron a los familiares de la señora en menos de 15 minutos. Adiós llanto y dolor. Váyanse a su casa.
Hoy no hay tiempo para el luto ni el llanto. No el luto que conocimos hace apenas 10 años. Vestimentas de color negro, llanto, las casas silenciosas, no se encendía la radio ni la televisión, se lloraba a quien moría. Ahora, si te duele que te hayan matado a tu familiar, guárdate tu dolor, que hay cosas mas importantes qué hacer. Ni te asustes ni tengas miedo. Suficiente es tratar de continuar vivo, no hay tiempo para el sufrimiento.
Pareciera que los sentimientos humanos están desapareciendo de este pedazo de la faz de la tierra. Como si por decreto el dolor ya no existiera. Como si fuera tan fácil despedirse de la persona querida. Pareciera que nadie debe expresar dolor ante la pérdida. Pareciera que tenemos que esperar para llorarles.
Esperemos los efectos adversos de la guerrita que emprendió Calderón contra el narco, la que emprendió con el fin de legitimarse como presidente, lo que no ha podido lograr en casi cinco años ya. Él es el primero en demostrar que lo que ocurre a su alrededor: mas de cuarenta mil muertos producto de la guerra, no lo inmutan. Ni a él ni a su gabinete. ¿Qué tiene de raro lo que vivimos comparado con el más fecundo trabajo literario de ficción? No veo diferencia alguna.
Esperemos que cuando los efectos psicológicos adversos, producto de la guerra se manifiesten, tengamos profesionales de la salud mental a mano, y sanos, para que atiendan a los ríos humanos que han perdido a su padre, a su hija, a sus familiares más queridos, a sus vecinos, a sus alumnos, al compañero de trabajo, a la novia; que no saben dónde quedaron sus restos, que no saben si la persona está viva o no, que han sido testigos mudos de una crueldad sin límites, que han experimentado el miedo atroz de presenciar balaceras y asaltos, que han visto gente mutilada, colgada, desperdigada, cocinada.
Ahora sí ojalá que nos agarre ya no digo confesados tanta barbarie, sino al menos con energía en equilibrio, y ojalá que no nos toque vivir esas calamidades. Lo que seguramente está por venir, porque todo indica que aún no vemos lo peor.