viernes, 18 de junio de 2010

Encarnación

Mi padre murió cuando yo tenía apenas 25 años, ya había nacido Lucinda, mi hija, y Diego tenía 7 meses.
El golpe fue devastador. Tardé mucho tiempo para recuperarme. Después de muchos meses, estando en su casa, su agradable olor que mezclaba madera, tabaco, cerveza, su propio olor y colonia Old Spice seguía rondando. A la hora en que regresaba del trabajo, yo "oía" sus pasos, y su inigualable voz creía escuchar.
Aunque él me duró poco tiempo, su influencia fue tan poderosa, que hoy es día que Ricardo, mi rey chichimeca, me reclama que en medio de un enojo de esos borrascosos, le dije que NUNCA se comparara con mi padre, que JAMÁS sería como él. Y bueno, viéndolo bien y despacio, pues eso es verdad para cualquiera.
El padre es el padre.
A mí me tocó un padre viejo, cuando yo nací el tenía casi 50 años. Para una niñita, esos son muchos años. Dicen mis hermanas que con ellas fue muy áspero, adusto, que fue implacable con ellas. Mi padre fue un padre que si bien no era cariñoso, tenía palabras tan ciertas y puntuales que, cuando eran favorables, te llenaban de satisfacción, y cuando eran censoras te anulaban. A cambio de un padre juguetón, tuve un padre inteligente, creativo, tuve un padre lector que recorrió el mundo a través de las letras. Por él, conocí París, Rusia, Alemania, América del Sur, Oriente, conocí la nieve, supe de las pasiones humanas, del dolor, de las maravillas de la naturaleza, de la cocina internacional, supe del dibujo y de la carpintería.
Mis mejores años los pasé de la mano de papá. Y si no me llevaba de la mano, me decía que él caminaría delante mío para ¨espantar a las víboras¨. Los domingos por la tarde me llevaba a una refresquería llamada El Paseo, y pedía una nieve de chocolate para mí y una cerveza para él. Nos tomábamos dos cada uno, sin hablar casi, y regresábamos a la casa. Y vaya que era un verdadero placer salir con él. Ahora entiendo mi preferencia por los hombres que hablan poco. Aunque los que hablan mucho también, vaya.
En un tiempo me dió por estudiar pintura, como a los once años. Papá me envió inmediatamente a comprar materiales, allá voy a la Casa Brunell, en camión, sola. Me construyó un cajón de madera para mis pinceles, mi tabla, mis pinturas. Nunca dijo que mis creaciones fueran dignas del Louvre, pero las colgó en la casa. Que se vieran. Luego me dió por estudiar inglés, pues al Insitituto. Siempre apoyó mis iniciativas, y creyó en mí como buena portadora de su apellido. Me decía: "bien haya mi hija que no es tonta". Uy, eso ya era lo máximo como cumplido.
De él aprendí a ser soberbia, orgullosa, le aprendí la palabra precisa, terminante. De él aprendí el sabor de la cerveza, creo que le heredé el gen afecto al alcohol. Le heredé los pies flacos. Le heredé los ojos grandes y su color. Le heredé el mal genio, dicen. Yo creo que es imitación, no herencia.
Ahora que han pasado tantos años y que Don Chon ya no está con nosotros, me pregunto qué hubiera pensado papá de lo que estamos viviendo ahora. Y veo que ha sido mejor que ni él ni mamá hayan tenido que pasar por la desgracia de ver tantos muertos, tanta violencia, tanta ineptitud para manejar el país. Se hubiera fastidiado de tanto muerto. Al principio hubiera dicho algo así como : ¿mataron a dos? qué bueno. ¿Mataron a 10?, qué bueno, pero al llegar a 77 muertos diarios, papá ya se habría cansado de tanto celebrar los muertos, y ya no diría nada. Ni siquiera diría : son pendejos.




domingo, 13 de junio de 2010

Máquina de coser

Hace muchos, pero muchos años yo cosía. Hacía especialmente ropa para lu, mi hijita pequeñita. Nunca le acabaron de gustar los vestidos que yo le hice, no sé si eran muy calurosos, no se si ella era muy práctica, no sé.
Yo de todas maneras cosía y cosía. Mi primer vestido fue uno negro, halter, largo. No tendría ni 17 años cuando lo hice. La gente no me creía que yo misma, que yo mismísima lo hice con mis manitas.
Hice faldas, blusas, un saco blazer de mezclilla, setentero, tipo patchwork, hice fundas, sabanas, hice secadores, hice cuanta cosa se me ocurrió. Un día se me agotó la paciencia, un día ya no tuve tiempo, y dejé de coser.
Esporádicamente hacía algo. Recuerdo cuando mamá y yo hicimos un delantal. Las dos nos reímos hasta que se nos salieron las lágrimas porque el delantal me quedó "esgado". Ricardo dice que se debe decir sesgado, pero cuando es un asunto de costura, así, caserón, para nosotras es esgado y punto.
En fin, que ahora dispongo de un poco de tiempo y he retomado la costura. Solo he hecho dos cosas, una es una bolsita, con zipper, y la otra es un juguetito para Manuela, un elefantito.
Vamos a ir a Chicago a conocer a Manuela, por eso le hice el elefante. Nos iremos el sabado 19 y la voy a abrazar y a olisquear, seguro huele rico... me encanta como huelen los bebés, en su cuellito se guarda un olor infinitamente vívido... infinitamente amoroso..